Una de las mejores noticias que
puedes recibir mientras disfrutas –o intentas disfrutar- tus vacaciones es que
Dylan publica disco nuevo. Pero como es otro refrito de las canciones de Sinatra, no te importa volver a la serie de bootlegs, infumable en ocasiones, ni que la caja se presente como una prolongación de su primer despropósito a principios de los
setenta, aquel "Self portrait" que ya invitaba a la huida desde la portada. Si
sabes que en las sesiones primitivas tocaban músicos como David Bromberg o Al Kooper, ya decides hacer un intento de acercamiento. Y si completan el festín
pseudo-pirata el super concierto que el señor Zimmerman ofreció junto a The Band en la isla de Wight en agosto de 1969, la cosa empieza a pintar más que
interesante. Como prueba, este tema perdido grabado junto a su amigo George Harrison que nos deja a las mismas puertas del Edén. Sí, con mayúsculas.
Ahora tenemos más horas libres, o eso creemos, para prestar atención a esos enlaces perdidos en el TL de nuestro twitter o a la esforzada búsqueda que algún amigo, virtual o físico, haya tenido a bien realizar para deleitar nuestras habitualmente despistadas orejas. Si la sordera persiste después de escuchar una maravilla de álbum llamada "Pushin' against a stone" (deberíamos haberlo escuchado hace ya algún tiempo) es que realmente no merecemos seguir escuchando ni una mísera canción más. La señorita que más nos ha cautivado en los meses preestivales, aunque no la única, canta y toca con algo parecido a las entrañas. Vive en Memphis, se apellida como el primer mes intensivo de playa y no quiere que nos confunda su look a medio camino entre el de una musa rastafari y una diva neo-soul. Su música no es nada de eso y todo a la vez. En definitiva, mucho más de lo que necesitábamos.
Hace unos años lo era todo. Significaba el culmen de la
energía post pubertad, todos los planes de fin de semana pasaban por esperar el
momento en que la temperatura bajase, las hormonas se reactivasen y el alcohol
fluyese en cantidades industriales para que la noche, ese ente inasible que nos
confundía, hiciese el resto. Ahora, décadas después, con la efervescencia
reducida a la ley del mínimo esfuerzo y el poder de atracción de las terrazas
familiares y los paseos marítimos repletos de bebés impulsados por progenitores
tan orgullosos como aburridos, recuerdas unos momentos que ya definitivamente
te quedan demasiado lejos. Por eso, porque “la noche no es para mí”, piensas que donde antes decías Vídeo (grupo
valenciano de tecno inocente de los primeros ochenta que conocían todos tus
amigos) ahora dices Dwomo (dúo madrileño de música marciana en activo desde
finales de los noventa que solo tú y cuatro frikis más habéis escuchado). Una
versión nostálgica de ti mismo.
Para que te sigan llamando “raro” por no querer salir de noche, preferir la barbacoa entre amigos al desfase entre desconocidos y pasar la mañana en casa escuchando canciones que acabas de descubrir, pinchas a esta especie de bluesman de voz incandescente y maneras de rock sureño y dejas que el resto se entretenga construyendo castillos de arena frente a tu ventana. Si hubieras sabido que esta formación en continuo trasiego de miembros lleva grabando delicias como esta ("Ol' glory" se llama su último álbum) desde 2001, te habrías puesto las pilas mucho antes e igual habrías cambiado el destino de tus días de asueto. Verlos en directo debería ser una experiencia mucho más inolvidable, y si no que les pregunten a alguno de los asistentes al Azkena Rock 2013, donde la liaron pardísima.
¿Que el sexo no es algo condicionado a una época del año? Por supuesto, ni las canciones que incitan a ello tampoco, más bien todo lo contrario. Me ahorraré la típica introducción encabezada por la frase “para ir entrando en calor” y pasaré a la acción directamente (no se asusten). El mito erótico masculino más feo, las facciones más antagónicamente sexys de la historia del pop, la clase indiscutible, la exuberancia musical, la cultura más subversiva y la capacidad para meterse bajo las faldas de las jovencitas más deseadas. Todo eso y mucho más invoca la figura de este francés singular, iconoclasta y provocador, capaz de reunir en Jamaica a los mejores músicos reggae para despedazar un himno como "La marseillaise", batir géneros con solo un par de acordes y duplicar la temperatura de un piano encaramando al mismo a una de sus musas. Jane Birkin, la adolescente que desató el escándalo gimiendo tras él en el innombrable "Je t’aime moi non plus", ya sabía lo que era mojar sábanas sin necesidad de invocar a este número mágico.
Y recuerden: Sudar canciones es una buena manera de sudar. Hasta el alivio que viene. Continuará.