¿De qué hablamos cuando hablamos de flamenco? La cuestión sería (y es) mucho más amplia y profunda, y probablemente habríamos de responderla en función de los sentimientos que cada cual, individual e íntimamente, llegue a experimentar cada vez que una voz rota, larga y ancestral requiebra el aire con sus quejidos y destemplanzas, y cuando una guitarra tañida con la más pura emoción se nos meta en las entrañas hasta que no sepamos dónde puede llegar. La figura del cantaor en su más pura esencia ha sido objeto de estudio y estima no solo por parte de las plumas y oídos expertos en el género y próximos a él, sino por la de quienes decidimos acercarnos esporádica pero concienzudamente a sus límites. Y ahí es donde, sin esperarlo, surge la magia de Don Manuel de los Santos Pastor, "Agujetas" para la historia del cante, una de las más representativas y sintomáticas figuras que haya dado jamás la historia de los sonidos jondos.
Su profunda raigambre gitana, legada por su progenitor, el gran Agujetas El Viejo, y perpetuada por sus cuatro hermanos, le permitía ceñirse a los más estrictos cánones flamencos y hacer propios palos tan apasionantes y apasionados como la soleá, la seguiriya o el fandango. Siempre con la esencia y la pureza como guías, este personaje irrepetible (nadie sabe el lugar exacto de su nacimiento, especulando entre las ciudades de Jerez y Rota) nunca quiso escuchar las voces que anunciaban la renovación que hoy, afortunadamente, ha dotado a dichos cantes y a tantos otros de una nueva y merecida dimensión. Lo suyo era desgarro racial, arranque impredecible, anarquía escénica y fuerza desmedida, siempre en continuo movimiento en grabaciones impresionantes como la enciclopédica y postrera "Agujetas, historia, vanguardia y pureza del flamenco" y sendas grabaciones en directo en París, donde asombró a gran parte de la bohemia gabacha, y en Madrid, donde sentó cátedra cantando por soleares como pocas veces ha podido garganta alguna. Y el reconocimiento, aunque tardío, llegó en 1977 con la consecución del Premio Nacional de la Cátedra de Flamencología. Justo homenaje para un ser humano de otro tiempo, agridulce y agresivo por momentos, cerril y educado en una fragua en la que forjó a hierro el fuego candente de su voz, aún más rasgada tras recuperarse de una grave enfermedad que le mantuvo alejado de los escenarios y los estudios de grabación durante varios años, tras los cuales reapareció con síntomas de grandeza en la gran pantalla, filmado por Carlos Saura en esa maravilla audiovisual titulada "Flamenco", abordando de forma magistral unos martinetes (pueden verlo aquí).
Cuando la cineasta y escritora Dominique Abel conoció a Agujetas sufrió un flechazo irrefrenable. Su voz, su presencia y su arrolladora personalidad (despreciaba el dinero y la fama, reivindicaba su tierra y su oficio por encima de todo y vilipendiaba abiertamente a la prensa) la sedujeron hasta el punto de dedicarle el extraordinario documental "Agujetas, cantaor" que protagoniza este post. En él, las arrugadas facciones de nuestro hombre hablan de manera tan elocuente como su cante, y el espectador se sumerge en el mundo que le rodeaba, conoce su entorno más íntimo y lo escucha -con la inestimable ayuda a la guitarra de Moraíto Chico, también tristemente desaparecido- en diversos momentos de su ignorado estrellato. Apenas unos días de convivencia que el propio protagonista amenazó con echar a perder tras soltarle al equipo de grabación, en su mayoría de origen galo, algo así como "todos los franceses son unos hijos de puta". Así, en un poderoso blanco y negro, como imitando los colores de toda su vida, supimos de su muerte en 2015. Si pueden hacerse con este impagable documento del que apenas se conservan extractos en la red (la directora reclamó su retirada inmediata de cualquier portal virtual donde pudiera visionarse), cuenten con un seguro estremecimiento.