Es habitual que a la terminación de un ejercicio artístico de doce meses, cual declaración anual de réditos, se inunden blogs, websites e incluso columnas de revistas impresas con listados, en la mayoría de casos controvertidos y siempre parciales, que incluyen los techos creativos en lo que a música (discos, canciones, solistas y bandas), cine (historias, actores, bandas sonoras) y en menor medida y de forma mucho más especializada, libros (autores y géneros) se refiere. En nuestro rincón también hemos querido formar parte de la tribu, por una vez y sin que sirva de precedente y, reduciéndolo al mínimo, citar tres obras, una por disciplina, que están entre lo más sorprendente, selecto o atractivo de lo escuchado, visto y leído durante los días festivos y falsamente armónicos que hemos dejado atrás, sin ceñirnos a fechas ni atender a guiones preestablecidos. Aviso: hay disco de villancicos de por medio, pero no teman, no creo que mucha gente lo haya utilizado para amenizar la cena navideña.
- La película
"Coherence" (USA, 2013). Sin ser afín a la metafísica ni a la
hipotética periodicidad de las leyes espacio-temporales se puede disfrutar sin
objeciones e incluso con creciente desasosiego de la imprevisible llegada de la
paranoia a nuestras vidas. Algo así, metáfora del gato de Schrödinger incluida,
plantea James Ward Byrkit en su primera incursión en la gran pantalla como
director (cuesta creer que se trate del mismo creador del storyboard de los últimos "Piratas del Caribe") bajo el epígrafe
del cine independiente que no tiene más remedio que serlo. Los medios justos,
el inteligente uso de los fundidos a negro, las elipsis medidas y unos actores
dotados para la improvisación sin que se note, las armas para rodar una
película menor en trascendencia comercial que sin embargo logró considerables
menciones en prestigiosos festivales, especialmente en el de cine fantástico de Bilbao, en el que se alzó con el primer premio (pueden verla haciendo click en la imagen). Ahora que las cenas familiares
no deseadas están a la orden del día, recemos para que ningún apagón como los
que viven sus protagonistas ni el rescate de viejas fotos mostradas siempre en
el momento incorrecto nos condicionen la existencia. Ni la de otros tantos
seres exactamente idénticos a nosotros que igual viven a solo unos metros de
distancia. En ocasiones, tal vez demasiadas, nada ni nadie es lo que parece.
Absolutamente perturbadora.
- El disco
Mark Kozelek: “Sings Christmas carols” (Green Vinyl, 2014). Cuesta creer
que alguien que se dedica a poner de vuelta y media a la familia durante todo
el año pueda cautivar hasta a los parientes lejanos que se añaden sin previo
aviso a la cena navideña, y que además acabe por resultarnos simpático. El
antiguo alma de Sun Kil Moon nunca ha sido un personaje amable ni verbal ni
musicalmente, y precisamente por eso complace tremendamente encontrarse con que
sea él precisamente el que ponga la banda sonora adecuada –insufrible en la
mayoría de los casos- a unas semanas de forzada concordia. Algo así como poner
banda sonora a un inevitable mal trago y salir reforzado del intento. Si conseguimos
olvidarnos de todo y perdonarle la vida hasta al cuñado más gañán de la
humanidad es gracias a la delicadeza disparada en ráfagas por esta colección de
preciosas canciones. Solo una guitarra bien afinada, una voz estoica y un
espíritu estúpidamente conciliador pueden sacarnos a flote de la cruda
realidad, y escuchando "2000 miles", por ejemplo, volvemos a ser conscientes de
que la vida puede ser maravillosa incluso en estas fechas. Y si te dejan
pinchar "Christmas time is here", empresa harto complicada en la noche de
marras, te olvidas de que el género humano es por definición un animal
consumista y entregado al individualismo. Pese a los desafines de Kozelek en
alguna vuelta de "Silent night", recorrer los temas de este insospechado
trabajo te reconcilia hasta con las bolas del árbol, aunque solo sea por unas
horas. Y antes de que todos se marchen ya has recuperado la cordura y la paz
interior rememorando los remansos de "Away in a manger" y "O little town of
Bethlehem" y tirando al contenedor todos los discos de villancicos de la
colección de tus padres. Un momento… ¿pero no estamos hablando de un disco de
villancicos? Sí, pero esta es otra historia.
- El
libro
“Escupiré sobre vuestra tumba” (Vernon Sullivan aka Boris Vian, 1946). Porque nunca un autor murió durante el estreno de la adaptación
cinematográfica de su obra. Porque esta obra maestra la parió un artista que
vomitaba talento y escribió más de quinientas canciones, once novelas, cuatro
antologías poéticas, diversas piezas teatrales, un par de óperas, y se formó
como músico de jazz, actor y periodista. Porque tuvo que camuflarse bajo un
pseudónimo absurdo para que el mundo creyera que tamaña descripción de excesos
solo podría salir de la mente retorcida de un norteamericano. Y porque sufrió
la ira de un juez retrógrado que le obligó a pagar 100.000 francos por haber
incurrido en un sangrante ultraje a la moral y a las costumbres. Lógicamente,
estas páginas representan las antípodas de la evasión buscada durante el último
periodo vacacional del año, y justamente por eso deberían ser revisadas ahora
con especial vehemencia. La historia: un librero mestizo maquina su venganza
contra los asesinos de su hermano, negro como el alma de sus ejecutores, cuyo
único delito fue enamorarse de una chica de piel mucho más clara que la suya.
La inquina y el odio con los que arma su operación lo llevarán al abuso sexual,
descrito con profusión de detalles, y al posterior exterminio de dos hermanas
de fuertes convicciones racistas y, para más detalles, bañadas en el dinero de
su familia. La violencia de algunos pasajes es estremecedora e imposible de trasladar a imágenes en 1958, el año en que Michel Gast, un mediocre cineasta
al que se encargó la adaptación, se hizo cargo del osado proyecto (pueden ver el film completo pinchando aquí), y todavía
hoy se cree que fueron sus omisiones y sobre todo el ridículo final que
culminaba la cinta los responsables del infarto que acabó con la vida de Vian a
los 39 años. Una cumbre literaria y eterna sin precedentes ni herederos cuya
huella sobrevivirá a esta y cualquier Navidad venidera.