Hubo otro tipo de cazadores. Otras bestias, éstas de rasgos y comportamientos humanos, que nunca fueron conscientes del poder de observación, la capacidad artística y el empeño por hacerlo siempre peor que sus semejantes de quienes las acechaban. Así podría describirse, a grandes rasgos, la escueta vida y dudosos milagros de uno de los fotógrafos más peculiares y olvidados de la historia. Lo más curioso es que nunca supo lo que era un estudio ni apenas conoció más formación que la que le proporcionaba su intuición y sus perjudicadas neuronas. Eso le hizo salirse con la suya, y a que los pocos rastreadores de imágenes que se han sentido invadidos alguna vez del mismo morbo que dirigió su existencia le levantaran el altar póstumo que en vida siempre se le negó. Asceta, escéptico, místico y orate a tiempo completo, la marginal vida del checo Miroslav Tichý (1926-2011) fue tan trascendente como detestable.
Intelectual que enfocó sus inquietudes a la pintura tras estudiar en la Academia de Bellas Artes de Praga, el régimen comunista le impidió continuar la creación de su subversiva obra persiguiéndolo e ingresándolo en varios psiquiátricos y centros penitenciarios hasta que decidió retirarse a la aldea de Kyjov, donde pasó sus primeros años, y labrarse la peor reputación profesional posible (su particular y radicalísima forma de rebelarse) construyendo sus propias cámaras, una amalgama informe de paquetes de tabaco, cartones, elásticos de ropa interior, lentes recicladas y trozos de plexiglás que recogía aquí y allá (en la imagen pueden ver una muestra, y si pinchan en ella accederán a una web que resume su trayectoria) con un único fin: fotografiar la esencia pura de las mujeres de su comarca, que jamás sospecharon que a escasos metros del lugar en el que yacían despreocupadas buscando un rayo de sol o unas aguas cristalinas en las que solazarse pasaba las horas muertas aquel hombre barbado y vestido con harapos, al que sonreían condescendientes e ignorantes de que los deshechos que le acompañaban funcionaban como un objetivo real que le haría captar más de cien imágenes diarias que luego revelaba en una ampliadora ideada por él mismo y retocaba (no, no podemos imaginarnos un rudimentario photoshop ni primitivos programas de edición digital) añadiendo marcos de papel que coloreaba en un intento de personalizar cada instantánea. Trozos de vida en crudo, apenas contaminados por su malsana curiosidad, espontáneos retazos de eterna fugacidad encuadrados en un blanco y negro sucio y maravilloso. Ante su objetivo desfilaban nalgas en caída libre, pechos apenas esbozados, borrones de carne fresca, espaldas arqueadas a salto de mata, miradas sospechosas y difusas estampas silvestres. El cazador en pleno éxtasis. El escondite del genio. Tres décadas, entre los 60 y los 90, de constante búsqueda. El loco que siguió viviendo como un loco cuando su extrema lucidez le dictó que las verdaderas mentes insanas eran las de los otros. Un mito que consiguió justo lo que quería: ser ignorado por la sociedad que un día lo recluyó entre la maleza.
Hoy conocemos su obra gracias al instinto de Roman Buxbaum, un vecino del pueblo y amigo de la familia al que la fascinación por unas cuantas de las fotografías tomadas por Tichý le llevó a contactar con el galerista Harald Szeemann, que tras pasear su colección por diversas exposiciones (se paseó por las mejores salas de Berlín, París, Sevilla, Nueva York o Zurich) hizo que el mundo le contemplara en toda su grandeza y el Rencontres D'Arles Photographie Discovery Award, galardón recibido en 2005 que se negó a recoger para seguir viviendo de su mísera pensión y aceptar solo trueques, jamás dinero, por sus imágenes, lo reveló como el más anárquico de los fotógrafos del que se tienen noticias. Incluso se han rodado dos documentales sobre su figura, uno dirigido por Natascha Von Kopp en 2006 y titulado "Miroslav Tichý: Worldstar" y el que les presento aquí, rodado por su descubridor, el citado Buxbaum, en el que el propio protagonista explica torpemente los presupuestos de su controvertida obra: "Tarzan retired", subtitulado en inglés pero merecedor de un esfuerzo que les acercará, como a nosotros, a una figura única y apasionante que afirmaba que la clave para hacerse famoso radicaba en "primero de todo, tener una mala cámara, es necesario hacer algo más mal que nadie en el mundo entero".