No era punk, aunque un poco sí. No era rock, pero se tomó como tal. No era psicodelia, pero se le parecía mucho. Situemos la historia: Distrito Lince, Lima, capital de Perú, 1964. En el resto del mundo explotaba la era Beatle y fenómenos musicales como MC5, Iggy Pop o The Sonics llenaban salas e instauraban el modus vivendi que motivaría durante los años siguientes a tantas otras bandas y solistas que pretendían -de eso se trataba, al fin y al cabo-, cambiar el mundo y las vidas de miles de personas con armas de seis cuerdas y mucho ruido como escudo protector.
Sin embargo, en aquel rincón olvidado por periodistas, fotógrafos e historiadores, en un rincón aparentemente tan desprovisto de poso rockero como los andinos lares donde nacieron nuestros protagonistas, algo muy grande, muy breve y muy intenso estaba empezando a tomar forma. Su nombre solo sería recuperado más de cuarenta años después, demostrando la eterna injusticia que acompaña a los héroes perdidos que levantaron los muros del edificio central que hoy sigue a duras penas en pie y que responde al nombre de rock and roll. Querían ser Los Sádicos, pero se dejaron la piel y la "d" en el intento.
Sin embargo, en aquel rincón olvidado por periodistas, fotógrafos e historiadores, en un rincón aparentemente tan desprovisto de poso rockero como los andinos lares donde nacieron nuestros protagonistas, algo muy grande, muy breve y muy intenso estaba empezando a tomar forma. Su nombre solo sería recuperado más de cuarenta años después, demostrando la eterna injusticia que acompaña a los héroes perdidos que levantaron los muros del edificio central que hoy sigue a duras penas en pie y que responde al nombre de rock and roll. Querían ser Los Sádicos, pero se dejaron la piel y la "d" en el intento.
Un jovencísimo estudiante llamado Erwin Flores, asalvajado en sus formas pero bien consciente de sus metas, tenía un sueño: formar la primera banda punk realmente importante de Sudamérica. Con amplios y sólidos referentes como Elvis Presley, Chuck Berry o Bo Diddley, cuyos discos empezaban a llegar con cuentagotas a un país en claro retroceso cultural, llamó a tres amigos de cuyas afinidades ya tenía constancia. Así, el guitarrista Rolando Carpio, el bajista César Castrillón y el baterista Pancho Guevara se unieron a un proyecto que nació con el inicial y principal objetivo de perseguir a las chicas, montar en autos deportivos y distinguirse en su libertinaje de la corriente de pensamiento general de su país. En apenas unos meses la virulencia de sus composiciones (auténticos himnos de rabia e independencia juvenil, alejados de las habituales y poco arriesgadas versiones de la época) hizo que el boca a oreja los situara en el centro del panorama musical de su región. Incluso llegaron a protagonizar su propio programa televisivo, el inefable "El show de los Saicos", en el que presentaron su tema más identificativo, el brutal "Demolición" (impagables las reacciones de una alucinada audiencia ante aquellos gritos que proclamaban "echemos abajo la estación de tren"), y consagraron el fenómeno nacional.
Escuchar hoy un sonido apenas producido, grabado en las más puras condiciones de amateurismo por voluntad propia, puede sorprender a la vez que impresionar, pues los ingenieros y mezcladores de la época jamás entendieron lo que querían conseguir exactamente aquellos locos jóvenes que hablaban de fugas de prisiones, manicomios incendiados y visceralidad sin límites. Si añadimos a su efímera leyenda el hecho de que no llegaron a grabar un disco largo sino que se alimentaron únicamente de singles (seis en total) y que se separaron tras apenas dos años de conciertos normalmente ejecutados en pésimas condiciones de sonido, la curiosidad por escuchar la caja integral que publicó Munster Records hace unos años y de hacerse con el documental "Saicomanía" que dirigió Héctor Chávez en 2011 en el que podemos descubrir que llegaron a girar por Argentina y que Flores posteriormente consiguió graduarse en Física y trabajar para la NASA. Incluso en su barrio natal luce una placa en la intersección entre dos calles que afirma que ese fue el lugar exacto en el que nació el punk. Recientemente se han reunido sin su guitarrista original, que falleció en 2006, y de los momentos actuales y pasados, sus vivencias, la génesis de una banda justamente reivindicada y el embrión de unas canciones absolutamente atípicas hablan los supervivientes, sus colaboradores y algún que otro admirador en este breve documental que les dejo como complemento a estas líneas. Además, si pinchan en la imagen de arriba podrán escuchar todos sus temas recopilados en un único álbum. A partir de ahora, que no los engañen: el punk nació en Perú.