Nunca el título de un documental fue más apropiado. Apenas unos acordes, mal tocados en la mayoría de ocasiones, una tribu de apasionados y gritones seguidores cosidos a imperdibles, luciendo crestas imposibles y desgastados jeans, eran suficientes para que el espíritu del punk, esa ciencia musical inexacta e irreverente que marcó a varias generaciones, reviviera noche tras noche, cada vez que algún inhóspito escenario albergaba la mugre -evidente en apariencia y dispuesta en algo parecido a unas canciones- y la furia -la actitud, la predisposición y el ensimismamiento de miles de personas en todo el mundo- de cualquier banda que se preciara de esbozar apenas tres acordes con sus maltratados instrumentos. La más grande de ellas, pequeña sin embargo en cuanto a recorrido discográfico, fueron los Sex Pistols, y lo que aquí presentamos no es sino el testimonio de una época, convulsa respecto a la situación interna de su propio país, y un tiempo hermanado con el resto de revoluciones musicales de cualquier década posterior, con la certeza de que allí y entonces se estaba cociendo algo realmente trascendente.
Su primer concierto tuvo lugar en el St. Martin's College de Londres, en noviembre de 1975, ante una audiencia que apenas aplaudió su poco ensayado repertorio. Para entonces, John Lydon (apodado para siempre Johnny Rotten, por es aspecto "podrido" de su dentadura) ya formaba parte del grupo de Paul Cook, Steve Jones y Glen Matlock por sugerencia de Malcolm McLaren, un avispado manager que ejerció de cerebro en la sombra durante la mayor parte de su carrera y que vio en aquel descuidado joven que llevaba una camiseta con la palabra "hate" (odio) estampada en el pecho al futuro líder del proyecto que tenía en mente. Un año después, tras copar portadas por sus escandalosos directos, en los que se sucedía el caos de micrófonos aplastados, instrumentos pisoteados y trifulcas de toda índole, el miembro más emblemático de la banda, un bajista poco dotado llamado Sid Vicious (John S. Ritchie según su certificado de nacimiento), se sumaría al grueso que grabaría el primer tema, el elocuente "Anarchy in the UK", y emprendería por su cuenta una cruzada en la que las adicciones, una tempestuosa relación con Nancy Spungen y la vida al límite acabarían con su intensa vida a los 21 años. El resto es historia, desmenuzada cronológicamente en el texto que encontrarán al cliquear en la imagen de arriba.
La película que cuenta la vida, auge, milagros y caída de estos mitos del punk fue dirigida por Julien Temple en el año 2000 y le sirvió para saldar deudas con Lydon, amigo cercano al que un film anterior no dejaba en muy buen lugar (la mano de McLaren y su afán por adjudicarse el papel de bueno también contribuyeron a ello). En palabras del realizador, "el filme no es un rockumental, eso es lo último que quería hacer. En él hay referencias a Ricardo III y otras obras de Shakespeare, porque la historia de los Pistols y de muchos grupos de rock actuales tienen mucho de drama épico. Ellos, en el 77, consiguieron cambiar más cosas o, al menos, que la gente se fijara en asuntos que hasta ese momento el rock (no me refiero a los cantautores) había ignorado (...) La letra de "Pretty vacant" o "Anarchy in the UK" no la escribió el manager del grupo, sino ello, y ese sonido único, que después todo el mundo imitaría, también era cosa suya. Pero es que, además, gracias al punk, se transmutaron otras manifestaciones artísticas. La música cambió radicalmente, pero el arte, el teatro e incluso la forma de hacer cine se transformó".
Si quieren saber por qué unos músicos tan rudimentarios, que tan solo grabaron un disco (el fundamental "Never mind the bollocks"), fueron capaces de arrastrar a las masas contra la nefasta política social y el paro que acuciaban a la sociedad británica acuñando el lema "hazlo tú mismo" y pronunciar por primera vez en televisión la palabra "fuck" sin miedo a represalias, no se pierdan este excelente documento. Y si alguien se siente intimidado, que grite "Dios salve a la Reina" y continúe bailando a ritmo de pogo.