Llamarse Farookh Bulsara, nacer en una isla africana y tener a unos adoradores del profeta Zoroastro como progenitores no suelen ser los síntomas más indicadores de un futuro éxito, sobre todo en el mundo de la música. O específicamente, del show business asociado a la épica del rock. Sin embargo, recibir una educación encaminada al deporte, la disciplina académica y el mundo de las artes escénicas puede aproximarse más al inicio de una ruta que posiblemente dispare el cohete de una latente ambición hacia el planeta del triunfo absoluto. Así saltó la chispa de la futura estrella de Freddie Mercury, nombre que aquel chico apocado, dubitativo en sus ambiciones y contradictorio en su talento adoptó cuando asentó su personalidad definitiva en el Reino Unido, tras diversas idas y venidas a su tierra natal, estudios de piano y diseño gráfico e intentos de formar varias bandas que hasta el caso que nos ocupa no hallaron en sus prodigiosas dotes el tesoro oculto que luego regalaría a la historia.
Tim Staffel era el compañero de piso del ambicioso joven, y también conocía a un tal Brian May, guitarrista de buena escuela, con el que compartía inquietudes y aulas en la Imperial College y decidió formar una gran sonrisa en forma de grupo: Smile. Los primeros pasos ante un público más o menos organizado fueron dados bajo ese nombre, antes de que el instigador de aquel proyecto abandonara el barco para buscar inspiración en otras travesías. En la otra, la buena, se alistaron John Deacon y Roger Taylor, al bajo y la batería respectivamente, para formar junto al ya clarísimo líder la que sería durante la década posterior la banda más importante de las islas británicas. Y a su poderío en directo y su extraordinaria capacidad mediática me remito. Desde su debut en 1973, titulado con el nombre que asignarían a su definitiva puesta de largo, Queen demostraron que la combinación de los riffs de May, cercanos al rock duro pero a la vez bordeando lo sinfónico, el aplomo de una sección rítmica infalible y sobre todo la descomunal garganta de Mercury, más propia de un soprano que de un solista pop, era la receta idónea para conquistar las listas de éxito. Así lo hicieron a lo largo de los años posteriores, con discos y giras que los llevaron a los grandes escenarios norteamericanos y prácticamente de todo el planeta. A razón de casi un álbum por año, grabaron impecables trabajos incluso homenajeando los títulos de los hermanos Marx como "A day at the races" (1976, donde se incluía la magnífica "Somebody to love"), "A night at the opera" (1975, con "Bohemian rhapsody" como tema estrella y uno de sus temas inmortales, todavía radiado y versionado en medio mundo) o el irregular "The miracle", con el que sin embargo volvieron a recuperar la hemegonía en ventas y fueron elegidos como la mejor banda de los ochenta. Antes, habían experimentado con el jazz y las músicas de fusión en su disco más incomprendido, grabado en 1978, y con la elecrrónica en "The works" (1984, donde se incluían clásicos como "Radio Ga Ga" y "I want to break free", de la que grabaron uno de los videoclips más famosos de la historia, travestidos para satirizar una famosa serie de la época). Hasta su epílogo discográfico en 1995 con el póstumo "Made in heaven", recopilatorios y directos aparte, la biografía de Queen quedó marcada por la figura de un líder excéntrico y excesivo, que eclipsaba dentro y fuera de la luz pública al resto de sus compañeros de grupo.
En 1991, cuando el SIDA desconectó los cables que unían a Freddie Mercury con la vida, el universo musical quedó conmocionado por la pérdida de uno de sus más grandes emperadores. Su homosexualidad, ocultada oficialmente hasta pocos años antes de su desaparición, y los excesos cometidos desde que el tranvía de la fama lo condujera a su triste destino, contribuyeron a un buen número de bulos, leyendas urbanas y perversiones en bocas ajenas que aún hoy darían para miles de líneas como estas. Un año más tarde se celebró en el estadio de Wembley en Londres un concierto homenaje con Guns'n'Roses, Metallica, Liza Minnelli, Def Leppard, Annie Lennox, Robert Plant o Roger Daltrey, entre muchos otros, como protagonistas emocionados (pueden verlo íntegro pinchando en la imagen). Nos quedamos con un resumen de la trayectoria de una banda fundamental, más allá de pasiones y militancias, y el recuerdo imborrable de una reina que quiso ser rey, y puede que lo fuera. O al revés. Anyway, the show must go on.