No es la primera vez que el personaje que protagoniza este post asoma su egregia figura por este rincón cibernético. Y seguramente no será la última. La reticencia no ejerce el poder de persuasión suficiente cuando te encuentras con documentos del calibre y el peso histórico como el que pueden escuchar si pinchan en la imagen que encabeza estas líneas, de ahí que el regreso de esa voz personalísima, sorprendentemente dotada para el falsete con la misma profundidad que para los registros más graves, ni siquiera fuera puesto en duda. Les pongo en situación.
Joe Moss era un manager de segunda fila que encontró en cuatro escuálidos y desnortados chicos de Manchester la panacea para que los números de su cuenta bancaria dejaran de sonrojarse. En un oscuro almacén que les procuró como local de ensayo se refugiaban durante horas para perfilar las que serían las primeras canciones en ver la luz de forma oficial, lo que viene siendo el contenido de un gran formato (entonces el concepto de LP era sagrado para una banda primeriza y no había llegado a los actuales niveles de degradación mediática). El otro personaje clave de la historia es un tal Troy Tate, el mandamás de la entonces todopoderosa Rough Trade, disquera independiente y más que pudiente en el mundillo independiente británico, ante el que debían rendir cuentas los incipientes músicos al objeto de convencerlo de que poseían unas cualidades después sobradamente demostradas. Con tal fin se pusieron manos a la obra una lluviosa tarde primaveral de 1983, esmerándose especialmente en el registro sonoro de unas canciones, nueve en total, que debían formar parte -y así lo hicieron en su mayor parte- del debut discográfico del cuarteto, que ni entonces ni ahora sospechaba el enorme influjo y la importancia capital que ejercería en la historia universal del pop. Ese bootleg en que se convirtió la cinta que recogió casi sin querer esa más de media hora de descaro, intensidad y pureza musical es ahora prácticamente una pieza de culto entre los que consideran a The Smiths -sí, hablo de ellos, ¿de quién si no?- unos santos dignos de cualquier altar mayor. Mike Joyce, el entonces joven baterista de la banda y parte integrante de este crudo testimonio (junto al bajista Andy Rourke formó la sección rítmica e "invisible" del grupo), no daba crédito al hacer público en la red su descubrimiento. Lo que podría parecer un balbuceo creativo se transforma tras su escucha en una potente demostración de poderío en la que brillan las certeras versiones de "You've got everything now", "Hand in glove" y "I don't owe you anything", pero también ocultos y proteicos golpes de talento como "Accept yourself" o "Handsome devil", puntos de partida de una carrera breve y absolutamente genial. Con estos precedentes, convendrán en que de su futuro no cabía esperar más que grandeza.
Pero nada de eso habría sido posible ni su mención tan imprescindible de no haber existido una personalidad tan arrebatadora como la de Steven Patrick Morrissey, un arrebatado adolescente al que cautivaba la poesía de Oscar Wilde y que había escrito canciones desde su época de colegial. Dotado de una contradictoria personalidad y lleno de ambigüedades sexuales y estéticas, encontró la horma de su zapato en Johnny Marr, dotado guitarrista con cierta experiencia en bandas de nula repercusión hasta entonces y con el que formó uno de los más importantes dúos compositivos de UK, reventando convenciones con su pluma afilada y sus declaraciones escandalosas, que aún hoy siguen sembrando de polémica todo púlpito en el que todo periodista y/o admirador se atreva a apostar el micrófono. Como prueba de ello, y para que sean las imágenes las que hablen por mí, les presento el documental cuyo título parafrasea a su admirado autor, en el que varias de las figuras actuales del brit pop, amén de amigos y colaboradores, se rinden a su evidencia. No es nuestro objetivo reivindicar su figura y la de su banda, porque para eso ya tenemos sus discos y nuestra pasión por ellos, sino confirmar que hubo, y hay, un antes y un después de su aparición en escena. Y que, como él mismo dice al final, "he dejado mis huellas en algún lugar. Eso es suficiente".
JJ Stone