Ser famoso por una sola obra. Figurar en los anales de la
literatura universal por algo más de doscientas páginas. Trascender para la
posteridad gracias a un personaje único e inmortal.
Cuando en abril de 1912 Bram Stoker pasaba a mejor vida,
empezaba justo el tránsito inverso para la figura del vampiro eterno, encarnado
en la blanquecina piel y el aspecto decrépito del conde Dracula, inspirado a su
vez en la vida y leyenda de Vlad Tepes, sanguinario príncipe de los Cárpatos en
el siglo XV del cual el autor irlandés (nació en una antigua pedanía de Dublín,
hoy uno de sus barrios, y se educó escuchando los relatos de su madre en la más
antigua tradición gaélica) tomó rasgos para caracterizar al protagonista de su
más famoso relato.
Documentándose sobre la geografía centroeuropea a base de
largas horas de biblioteca y correspondencia con orientalistas e historiadores,
el apasionado escritor fue dando forma, física y psicológica, a un monstruo
literario que, sin él mismo pretenderlo, se convertiría en el núcleo de todo un
género, influenciando de forma patente a posteriores generaciones y creando un
monstruo cinematográfico que hasta hoy ha conocido cientos de versiones e
intérpretes metidos en la piel del celebérrimo conde. Desde que Bela Lugosi lo
encarnara por vez primera en 1931, actores como Christopher Lee (el que se ha
metido más veces en su piel), Frank Langella, George Hamilton o Gary Oldman (en
uno de los acercamientos más fieles, el realizado por Francis Ford Coppola en
1992) instauraron su imagen entre quienes admiraban y admiran su todavía hoy
extraordinario poder de seducción.
No es extraño que un prosista tan inconstante nunca
repitiera, ni antes ni después, el éxito y la intensidad en ninguna de sus
incursiones en las letras. La última de ellas, “La madriguera del gusano blanco”,
escrita poco antes de morir, es una obra irregular y deslavazada; sin embargo,
a la par que pergeñaba la historia que le daría reconocimiento universal,
dibujó los trazos de “El entierro de las ratas”, una verdadera gema del terror
más realista y crudo, y aun tuvo tiempo para escribir “La dama del sudario”,
otra interesantísima novela cuya lectura hace injusto el olvido al que se le
sometió en siglos posteriores, en los que únicamente se le citó –y se le cita-
como el padre literario del príncipe de las tinieblas. A él está dedicado el
documental que les ofrezco a continuación, en el que se revelan algunas de las
claves que cien años después siguen engrandeciendo la figura de su creador. Y
si quieren leer el libro original en una de las mejores traducciones al
castellano solo tienen que pinchar en la fotografía para recorrer capítulo a
capítulo la oscura y desesperanzada existencia de un ser a medio camino entre
lo atormentado y lo maligno. Mientras lo hacen, y sobre todo si están solos,
pongan sus cuellos a buen recaudo.
JJ Stone