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A Capote frío

Siempre he sentido una especial admiración por los artistas borderline, y no me refiero a estados mentales de dudosa salud o a personalidades fronterizas con la esquizofrenia, sino al lado "freak" que todos sacamos a la superficie en un momento dado y que, en casos como el que nos ocupa, se impone por encima de cualquier otro rasgo. Nada extraño si tenemos en cuenta que para construir un genio hacen falta muchos años de vaivenes existenciales, una familia incapaz de entenderlo y un talento innato que pugna por salir a flote desde la más tierna infancia. La vida de Truman Capote está llena de pasión, por la vida y por una profesión, la escritura, que le hizo parapetarse tras unas gafas,
un sombrero y una estrafalaria indumentaria como modo de auto expresión y, a la vez, de reivindicación de un modus vivendi que jamás saldría de la más pura frustración.
Criado en el más profundo aislamiento, fruto de la marginación que sufría desde pequeño (su evidente amaneramiento y posterior asunción de la homosexualidad tuvieron mucho que ver), el temprano divorcio de su madre y el escaso vínculo emocional con su padrastro, del que adoptó su apellido, encontraba en la investigación y la pluma su más reconfortante asidero vital. Entre artículo y artículo, fue contratado por los más prestigiosos diarios de la época, los dorados 50, entre ellos el New Yorker y la prestigiosa revista Playboy, para la que realizó numerosas y jugosas entrevistas con lo más granado de la alta sociedad del momento, entre la que se convirtió en una referencia indiscutible. Sabedor de que su trabajo y su opinión eran tenidas en alta estima, lanza sus dardos envenenados contra los capitostes de la aristrocracia y busca inspiración en personajes más cercanos, como una vecina que le sirvió de modelo en su apreciadísimo "Breakfast at Tiffany's", el relato que luego inmortalizaría en la pantalla la bella Audrey Hepburn, encarnando a la caprichosa y volátil Holly Golightly, tal vez su personaje más célebre. Pero fue la investigación, campo en el que su prosa se tornó experta, lo que legaría su nombre a la historia de las letras, porque eso y no otra cosa, un minucioso y documentado trabajo de investigación, es su obra maestra: "A sangre fría", publicada en 1965 y modelada durante seis largos y tortuosos años que le exigieron dedicación casi exclusiva y dejaron sus neuronas tocadas para siempre.
El preciso y escalofriante relato de un asesinato múltiple que tuvo lugar en una granja de Kansas en 1959, perpetrado por dos rateros de poca monta, ex-presidiarios que aparentemente nada tenían que ver con las desdichadas víctimas, empezó a fraguarse cuando una mañana Capote acompañaba su desayuno de la forma habitual, ojeando las noticias de la prensa norteamericana. Por la razón que fuera, aquella noticia le conmovió de tal modo que no cesó en su empeño de conocer y entrevistar a los responsables de la matanza para luego transcribir el resultado en forma de novela (fue el precursor de la llamada "no ficción"). La identificación con uno de los asesinos, Perry Smith, sorprendente para el propio autor, contribuyó decisivamente al proceso de abstracción que lo sometió durante tan largo período. Tanto que, catorce años después, al publicar su testamento literario, "Música para camaleones" (otra muestra de acidez e ironía en la que despedazaba sin piedad a muchos nombres considerados intocables), sus editores ya sabían que jamás igualaría a su anterior e imperecedera obra cumbre, unas páginas de lectura obligada en cualquier parte del mundo. La película en la que Philip Seymour Hoffman se mete de forma magistral en la piel del escritor también es más que recomendable (pueden ver el trailer haciendo click en la fotografía de arriba), pero les dejo con la que escenificó lo acontecido en la fatídica noche que, mirémoslo por el lado bueno, originó uno de los mejores libros que hemos leído jamás. Ustedes también pueden hacerlo pinchando en la portada, y les recomiendo que lo hagan, aún a riesgo de congelar sus glóbulos rojos.

                

JJ Stone

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