Las garras del destino nos amenazan demasiadas veces, llenándonos de incertidumbre e impulsándonos a vivir el día a día como si fuera nuestra última oportunidad de salir indemnes de este cúmulo de despropósitos en que parece por momentos transformarse la existencia... No, no quiero ponerme filosófico ni mucho menos imbuir de un halo pesimista este post, pero al revisionar el mediometraje que rodó el gran Antonio Mercero en 1972, con guión escrito a cuatro manos con José Luis Garci, un escalofrío incierto recorre mi espina dorsal. Y no por mucho tiempo que haya pasado desde la última vez que me enfrenté a esta poco más de media hora de puro cine, intensidad y esquizofrenia narrativa, deja de sorprenderme la facilidad con que sus imágenes se te meten en los huesos con una sencillísima puesta en escena y a través de la mirada, los gestos y la impotencia de ese grandioso actor que fue José Luis López Vázquez (también aparece otro ilustre intérprete como Agustín González, encerrado en la cabina contigua), capaz él solito de llenar el escueto reparto de un film que en principio sólo aspiraba a ser exhibido en televisión y hoy ya es un clásico del cine español.
Ni siquiera un proyecto aparentemente tan inofensivo fotográficamente hablando como este escapó a las omnipresentes tijeras de la censura franquista, y todo porque la aparición de la palabra "ministerios" supuso algo así como un ataque contra el régimen, una mera anécdota que no empañó en absoluto la extraordinaria impronta de este proyecto, que desde entonces ha dado lugar a múltiples interpretaciones respecto a su significado: una crítica a la dictadura, una metáfora del aislamiento social del individuo o incluso una parábola de connotaciones religiosas, aumentado este sentimiento por el apoteósico final y la música que lo acompaña. Cualquiera de ellas sería acertada, aunque la intención original no era sino la de rodar una cinta de terror psicológico con los medios justos para conmover al espectador. Y a fe que lo consiguieron, cosechando merecidos premios dentro y fuera de nuestras fronteras.
Unos años después, en 1998, sirviéndose de su prestigio, una campaña publicitaria de cierta compañía telefónica hizo que López Vázquez protagonizara una nueva serie de spots en los que volvía a meterse en la cabina roja para conseguir liberarse finalmente, lo cual estuvo a punto de ocasionar un nuevo litigio con Mercero al reclamar este justamente los derechos sobre su obra. Hoy, con el director aquejado del fatídico mal del Alzheimer y con los rollos originales convenientemente archivados en algún salón fonográfico, el mensaje de "La cabina" sigue teniendo plena vigencia. Pinchando en la imagen podrán consultar la filmografía completa de este magnífico cineasta. Les invito a recrearse (o inquietarse) en estos minutos de angustia.
JJ Stone