Allá por 1986, una tarde de verano invadida por la calima, la resaca y la duermevela implícitas a un inicio de semana plomizo y escaso de perspectivas, un chaval apenas entrado en acné y ya asiduo oyente de espacios radiofónicos alejados de programaciones convencionales vegetaba entre sudor y hastío moviendo las manecillas del dial analógico (quedaba lejos el advenimiento de la era digital y sus archivos comprimidos) en pos de algún sonido que estimulara sus adormecidos sentidos. De repente, sin saber muy bien de dónde ni por qué, algo llamó su atención poderosamente: apenas atisbados al principio por entre la neblina de alguna remota estación, llegaban sones con reminiscencias arábigas, cabalgados por una guitarra española que sonaba por un auricular y unos acordes eléctricos que penetraban por el otro, sin pedir permiso, casi a bocajarro y plantando una semilla en aquel subconsciente púber que se vería para siempre cautivado por los riffs, arreglos, melodías y letras de unos músicos que no por desconocidos dejarían de ser importantísimos en su futura educación sonora.
Poco tiempo después descubrió que aquellos nobles seres respondían a los muy vulgares nombres de Manolo García, el castellano-parlante y futuro diestro en el arte de vender tantos discos como su antigua banda, y Quimi Portet, el autóctono catalán que tiempo después decidiría grabar discos sólo en su lengua materna y empujar los focos que un día alumbraran su grandeza fuera del escenario. Y esos nombres, junto con los de sus discos y los de las ciudades cercanas donde llenaban plazas, estadios, pabellones y fiestas patronales, pasaron a formar parte de su imaginario personal. Desde su primer álbum, "Cuando la pobreza entra por la puerta el amor salta por la ventana", editado con tan pocos medios que apenas les permitió una escasa y merecida fama, hasta su testamento discográfico, "La rebelión de los hombres rana", no dejaron de escribir, tocar, grabar, viajar y vivir de la pasión que un día les unió.
Los Rápidos, Los Burros o Kul de Mandril fueron los anteriores pseudónimos que curtieron a este par de geniales creadores que decidieron partir de cero un día siendo simplemente El Último de la Fila y que, transcurrida más de una década de su disolución artística, que no personal, siguen siendo considerados una de las mejores bandas de rock de nuestra historia, y sus conciertos aún flotan por la red (en la marea que aún está disponible) como muestras de su tremenda entrega. En la imagen de arriba les enlazamos a un site donde recuperar información, directos, maquetas y grabaciones perdidas tanto del dúo como de sus miembros en solitario, y para confirmar lo aquí escrito pueden ver este concierto emitido por la televisión alemana en uno de sus intentos por abrirse paso en el mercado europeo. Aquí ya eran, y siguen siendo, unos grandes. Y si pinchan aquí verán un resumen de la historia del grupo con algún documento inédito. Los últimos serán los primeros...
P.D.: El chaval del que les hablo en el texto es el abajo firmante, por si aún les quedaba alguna duda.
JJ Stone