No hay nada como un grupo de culto: puedes hablarle a tus amigos, familiares y conocidos de esos tipos que hacen música sin complejos, que graban discos que parecen invisibles, que tocan en muchos sitios pero en ninguno los conocen, y también puedes decepcionarte, sorprenderte e incluso indignarte cuando les haces escuchar esas canciones que a ti te emocionan tanto. Puede suceder también que algunos, o incluso muchos de ellos, se hagan partícipes de tus sensaciones o incluso correligionarios de tu secta. Aunque quizás sea un sacrilegio calificar así a los seguidores, miles y cada vez más incluso después de desaparecer sus gurús, de una de las bandas más grandes que ha dado nuestro bendito país. Desde Granada, una ciudad de provincias desde donde el mundo ha visto alumbrar a varios genios, lucharon durante quince largos años, infructuosos para el éxito masivo pero tremendamente certeros para la satisfacción de unos cuantos, esos miles de los que hablaba antes. Y como nunca los he dejado ni los dejaré de escuchar, quiero compartir la mítica y fatídica fecha de 1996 en el auditorio de Maracena, donde ante 7.000 personas pusieron las cartas sobre la mesa en su última partida para la posteridad.
Hoy nos queda Lapido, el letrista mágico, el cantautor eléctrico y uno de los poetas más personales y reivindicables del rock hispano. En sus canciones sigue latiendo el baile de la desesperación, fluyendo en el cementerio de automóviles al aullido de más de cien lobos que nunca presagiaron todo lo que vendría después. En su web oficial, que pueden visitar pinchando aquí, se empaparán de todo su talento.
Y para aumentar la nostalgia, en este documental nos hablan de cómo empezó, se desarrolló y terminó su brillante carrera. Nosotros también sabemos fingir sonrisas en la desolación.
JJ Stone