Michael Moore, un personaje tan excesivo como necesario, se ha transformado a través de sus películas en la mosca cojonera del imperio económico norteamericano, en la pesadilla del tío Sam y en algo así como el mecenas de los indignados del otro lado del charco. O de todos nosotros en general, porque ¿quiénes son realmente los amos del cotarro? La realidad puede ocultar trampas, caminos ocultos y oscuros, y alguien tiene que estar ahí para contarlo. Lo hizo denunciando a grandes imperios como General Motors en la durísima "Roger and me", poniendo en duda las motivaciones de la invasión de Irak y de paso documentando los extraños vínculos entre Bush y Bin Laden en otra piedra de toque fundamental de su filmografía, "Fahrenheit 9/11". Y, cómo no, el deficiente sistema sanitario de su país tampoco podría quedar inmune ante su devastadora cámara, y fue el blanco de sus afilados dardos con una esclarecedora disección de la industria farmacéutica llamada "Sicko". Ahora sólo falta que nos desvele el origen y las consecuencias de la crisis económica mundial en su último trabajo, para que profundicemos aún más en su polémica y necesaria filmografía.
En la película que nos ocupa, estrenada en 2002 y galardonada con varios premios, toma como premisa la masacre que tuvo lugar en la localidad de Columbine, donde dos perturbados adolescentes mataron a tiros a sus compañeros de escuela, y desmonta con precisión el edificio armamentístico norteamericano implicándose en conversaciones con personal cualificado o directamente afectado. No se pierdan la misiva enviada al otrora presidente a propósito de la invasión, en tono sarcástico pero llena de bilis, que podrán leer pinchando en el cartel del film.
JJ Stone