Con motivo de la competición futbolística que ocupa los actuales espacios informativos, llega la gran pregunta asediando nuestras almas de forma despiadada: ¿Eres español o no eres español?
¿Sientes esta competición como una oportunidad para identificarte con una causa común compartiéndola con tus vecinos más cercanos, o más bien al contrario, huyes de cualquier situación que tenga que ver con banderas, fronteras e identidades forzadas?
Por un lado podemos constatar que la violencia y otros males siempre han encontrado campo abierto en el terreno del balompié y que esta Eurocopa no es diferente dada la actitud de aficiones como las de Inglaterra y Rusia nada más comenzar el evento.
No es la tercera guerra mundial, amigos. Estamos jugando al balón, coño. Hemos podido ver el partido Alemania-Polonia y no ha pasado nada (menos mal que quedó en empate). Hemos constatado una vez más que la selección española no es nada sin los jugadores catalanes. Tan independentistas como necesarios para la causa roja. Tan nacionalistas como conocedores del escaparate que supone una competición como ésta. Si a los propios protagonistas les suda la polla el hecho de enfundarse una camiseta u otra (o eso parece), ¿por qué hay gente que hace de estas competiciones una ocasión para ponerse la camiseta rojigualda y partir hacia la guerra? Venga, tío. Esto es deporte. Nada más. Es justo eso lo que hace que la bandera española, nuestra bandera, no sea bienvenida en algunos ambientes, una vez relacionada con el extremismo.
¿Sientes esta competición como una oportunidad para identificarte con una causa común compartiéndola con tus vecinos más cercanos, o más bien al contrario, huyes de cualquier situación que tenga que ver con banderas, fronteras e identidades forzadas?
Por un lado podemos constatar que la violencia y otros males siempre han encontrado campo abierto en el terreno del balompié y que esta Eurocopa no es diferente dada la actitud de aficiones como las de Inglaterra y Rusia nada más comenzar el evento.
No es la tercera guerra mundial, amigos. Estamos jugando al balón, coño. Hemos podido ver el partido Alemania-Polonia y no ha pasado nada (menos mal que quedó en empate). Hemos constatado una vez más que la selección española no es nada sin los jugadores catalanes. Tan independentistas como necesarios para la causa roja. Tan nacionalistas como conocedores del escaparate que supone una competición como ésta. Si a los propios protagonistas les suda la polla el hecho de enfundarse una camiseta u otra (o eso parece), ¿por qué hay gente que hace de estas competiciones una ocasión para ponerse la camiseta rojigualda y partir hacia la guerra? Venga, tío. Esto es deporte. Nada más. Es justo eso lo que hace que la bandera española, nuestra bandera, no sea bienvenida en algunos ambientes, una vez relacionada con el extremismo.
Por otro lado, nos encontramos con aquellos que tienen que ser tratados de urticaria al más mínimo contacto con los colores de la bandera de nuestro país. Con aquellos que no han visto los dos partidos que ha jugado la selección española y que no piensan ver, ni de coña, los que le queden. Pensando en lo poco que me gusta el fútbol y en lo lejos que estoy de los putos nacionalismos, no puedo sentirme más identificado con ellos. Aún así he visto los dos partidos de la selección española con ansia viva. Y voy a seguir así. No me gusta el fútbol. No me gusta la Eurocopa. Me agradan las circunstancias de que se haya podido organizar una historia en la que países (territorios, zonas) cercanos juguemos a la pelota a ver quién gana. Y en esta situación, yo, que habito en territorio español, lo voy a tener claro a la hora de pintarme la cara. Sin maldad ninguna. Sin acritud. Sin que ello sirva para rescatar del baúl el uniforme que nunca me enfundé cuando decidí ser objetor de conciencia. Hoy jugaremos a la pelota. Mañana hablaremos de lo demás. Y ojalá nos lo tomemos como si fuera un juego.