"Yo, señor, no soy
malo, aunque no me faltarían motivos para serlo”.
Toda una declaración de intenciones en este comienzo con el que Camilo José Cela asienta los cimientos de su primera novela, indicadores de lo consistente y grandioso de dicha edificación. Tremendismo con suturas prietas de un realismo azorado por el protagonista, a la par víctima y verdugo, sin aderezos ni exaltaciones de lo que el propio drama colma ya en demasía.
Toda una declaración de intenciones en este comienzo con el que Camilo José Cela asienta los cimientos de su primera novela, indicadores de lo consistente y grandioso de dicha edificación. Tremendismo con suturas prietas de un realismo azorado por el protagonista, a la par víctima y verdugo, sin aderezos ni exaltaciones de lo que el propio drama colma ya en demasía.
La
existencia misma, el trasiego mundano y sus pataletas en
forma de devenires sufribles e insufribles, y lo que estos condicionantes
conductuales ponen sobre la mesa cuando el destino alza su voz tan etérea como
intratable con el famoso “Hagan juego”, abonarán el terreno donde han de germinar las desdichas, los miedos, las
iras, lo que sí o sí ha de agarrarse con meridiana certeza a las vidas de
Pascual y su familia.
“La familia de Pascual Duarte” liba de manera desaforada de sí misma. Nada de lo acontecido al protagonista cobraría vida si su entorno familiar no estableciera ese círculo vicioso en el que Pascual va progresivamente hundiéndose, arrastrando consigo, en tal nave que naufraga con aquellos que le incitan a hundirse.
Lo
que ha de ser será irremediablemente, deducimos de la
actitud de este “modelo de conductas”,
pero “modelo para huirlo”, porque a Pascual nunca le vino mejor al pelo la
célebre frase de Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mis circunstancias”. A esas circunstancias tan oscuras que le ciegan
con el paño sanguinolento de la desgracia, esas mismas que le es
imposible, inevitable, rehuir, a las que ha de hacer frente de la única forma
posible que le alcanza un raciocinio turbado por la idea de la inexistencia de
caminos alternativos a ese pozo negro al que debe saltar para así conminar a
todos sus demonios al lugar de donde provienen.
Señalada como una de las diez mejores novelas en castellano del siglo XX, el Nobel de literatura hace gala de ese bisturí diseccionador de elementos superfluos con el que da protagonismo a lo esencial, a lo que el realismo de lo acontecido aporta por sí mismo, revelando un texto sincero, visceral y auténtico, tamizado por una excelsa pluma con la que Cela empezaría a forjarse un merecido espacio en la élite de la literatura española. Pueden disfrutarla pinchando en la imagen.