
Las tramas empleadas
para tales fines han sido a lo largo de la historia tan variadas como la imaginación del literato de turno haya
tenido a bien plasmar en el folio. Éstas, sujetas a la irremisible incógnita
de la identidad del asesino y/o el respectivo móvil de los obligados actos
criminales, recorren laberínticos planteamientos que el
autor estudia concienzudamente para así captar la atención y sobre todo
despertar ese gusanillo ávido de emociones que todo lector precisa a la hora de sacar el
máximo partido de tan singulares historias.
Arturo Pérez-Reverte, arduo reportero de guerra en tiempos
pretéritos, reconvertido a escritor de
reprobado prestigio en la actualidad, nos invita a echarle un pulso, en esta
ocasión en forma de partida de ajedrez, al misterio que nos plantea en “La tabla de Flandes”. La ya de por sí
valiosa pintura flamenca del siglo XV ve multiplicado su valor cuando en el proceso de restauración Julia, piedra
angular de la trama, descubre una misteriosa inscripción oculta, que desata una
serie de acontecimientos que darán un giro estratosférico a esa plácida vida de
restauradora de obras de arte a la que pudiera aplicársele eso de “tan inocentes corderos hallarán aún más graves peligros”.
Pérez-Reverte hace de
su capa un sayo al desmenuzar esa antiquísima y apasionante historia que el pintor flamenco Van Huys
plasmara en el cuadro siglos atrás, sin imaginar por un momento que
desencadenaría en la actualidad más derramamiento de sangre, esta vez por mor
de otro tipo de desbocadas pasiones.
Nos embarca en esa prosa amable, sin
inútiles recargos pero de agradecidos
recursos, donde podemos empaparnos
de un lenguaje que se regodea iluminándonos con los entresijos del
mundo del arte, la música, toda esa belleza encapsulada en citas a consagradas obras clásicas pictóricas, o de
cualquier tipo, o a su respectivos autores, dotando a la narración de ese grácil
y distinguido toque que ensalza de manera especial a la novela.
Las piezas de un tablero de ajedrez que disponen de su
álter ego en la vida real antes y ahora, conformando un juego macabro donde el
orgullo y la pasión son el aguijón emponzoñado que acecha solícito para
clavarse justo en el instante en que el adversario marre su jugada. Pinchen
en la imagen y descubran “quis necavit equitem?”, o lo que es lo mismo, ¿quién
mató al caballero?