Cuando
una corriente se nos lleva para hacernos desembocar en los más que predecibles
beneficios de las saludables aguas que promete su vigoroso curso, ésta se hace
si cabe más efervescente si la propia voluntad se une a su fuerza combinando
así un equipo bien coordinado que culmine la dulce travesía haciendo más dulce
aún la meta.
Si
nos indujeran a pensar que esa poderosa
corriente es el propio Shakespeare, el curso de sus aguas su prodigiosa
pluma, y la desembocadura a un mar preñado de
singular belleza correspondiese a ese final que pocos adivinan, muchos
agradecen y otros tantos más alaban; es de recibo pensar que el afortunado
embarcado en tan estimulante odisea pondrá todo de su parte a fin de no remar
en otra dirección que no sea la que ofrece esta ruta tan placentera como
emocionante.
"El mercader de Venecia" es ese boyante caudal de pura maestría literaria, uno de los referentes que el genio inglés de las letras dejó para la posteridad, esa que hace lo bueno mejor y que acrecienta notablemente el valor de cualquier obra artística, y que a fin de cuentas constituye ese diván sostenido por el tiempo donde pararse a reconocer ciertas obras de arte es casi un ejercicio obligado.
La representación teatral supuso ya un rotundo éxito en el momento de su estreno (hay
trabajos que no necesitan de ese
usufructo que el tiempo otorga a tantos que en su momento no fueron
reconocidos).
William Shakespeare, en plena madurez creativa, refleja en esta que nos ocupa parte de lo que
en otras tantas de sus obras se adivina; esa libación literaria a otros autores que tan bien les sienta a las propias,
dotándolas de una prestancia que siempre se rige por ese toque personal del
propio autor. Esta maravillosa obra, como bien aventura en el prólogo LuisAstrana Marín, bebe de otras fuentes, y a partir de éstas crea ese propio
manantial puro y de tan notable estilo.
Tan rica y excelsa en cuanto a referencias clásicas, modelos de gobierno de la época, costumbres de la vida del escenario
geográfico que la ocupa, y tantas
filigranas que revisten la obra con esa
toga sagrada que el saber otorga al erudito más esforzado; pero más aún
reforzada por unos diálogos ataviados
del más ingenioso discurso, que justifica con creces las alabanzas con que
obra y autor vienen siendo agasajados hace siglos.
La
forma acompaña sin duda a este rico fondo, y la historia que acapara amistades,
odios y amoríos revestidos de una justicia casi divina hacen de este clásico
las delicias del lector o espectador de turno. Podrán disfrutarlo pinchando en la imagen.