Cada vez que nos disponemos a analizar cuál es el grado de
razonamiento y a la vez de valoración moral que podría corresponderle a cada animal, y en especial a los que comparten el espacio-tiempo de manera estrecha con el ser humano, a esos llamados animales domésticos que
entablan relaciones tan fraternales con el hombre, incluso de una lealtad tan admirable
que deja en evidencia en tantas ocasiones la nuestra propia; es de recibo
abstraerse en pensamientos hipotéticos relacionando premisas previas,
claramente indicadoras de la entidad racional y sentimental de sobre todo
algunos canes, quizá por ser los más cercanos a nuestra cotidianidad. Pero
perfectamente estas cualidades podrían trasladarse a otros tipos de especie que
sin duda serían motivo para que de igual forma empezásemos a destilar una
retahíla de suposiciones acerca de donde se sitúa exactamente esa consciencia
inteligente y emocional que la fauna con la que compartimos vivencias a diario no deja de insinuarnos.
En 1866, después de un intervalo de tres
años en el que la obra se mantiene en estado de letargo hasta que la prodigiosa pluma del maestro León Tolstói
tiene a bien recuperarla poniéndole el
punto y final, se publica “Kholstomer: Historia de un caballo”. Con apenas
veintisiete páginas conteniendo, por otra parte, lo que supone todo un ensayo sobre la amistad, la lealtad, la ternura (en definitiva,
la vida y sus terribles avatares), este corto
pero intenso relato tamizado por el hipotético intelecto consciente de un viejo caballo es un referente para la
reflexión acerca de lo que somos, de cómo llega a ser de absurdo en un sinfín
de ocasiones nuestro comportamiento con respecto a los demás, de los valores
inalienables propios de la lealtad, del amor que obsequiamos a quienes creemos
pueden ser dignos de dicho obsequio y que tantas veces nos demuestran no serlo.
La historia lleva adosada una gran carga emotiva referente sobre todo a la última etapa de la vida en la que simplemente nos convertimos en despojos, poco más que carroña (véase la última parte del relato), donde nadie apostará un céntimo por el decrépito anciano enfermo y moribundo, ni siquiera si éste fue en su gloriosa juventud rey de Roma.
El egoísmo, los comportamientos instintivos e irracionales,
la arrogante e impulsiva juventud acreedora de propinar agravios a su antojo, frente a la inocencia
más adorable, el amor incondicional y el
exquisito y vistoso pelaje que viste la nobleza de espíritu, hacen de este pequeño
relato un provechoso caudal de imprescindibles valores. Junto a dicha obra se incluyen otras tres: “Ilia”, “Dios ve la verdad, pero no la
dice cuando quiere” y “El primer destilador”. Pasen y lean pinchando en la imagen.