Imperioso, casi obligado, resulta siempre el bracear contra
corriente, la lucha sin tregua, el hacerse valer ante uno mismo, el abrir en
canal al miedo correoso, falseador de nuestras propias convicciones, cuando del
hombre se apodera esa afrenta enervadora de los más ancestrales instintos que
propician ese duelo, a veces mortífero, redentor de fama y honra. Condición innata del ser humano es arremeter contra tales
gigantes, molinos para los demás, y aunque apercibidos de ello, insistir en tan
grave empresa. Grave e inútil en tantas ocasiones, pero eso sí, redentora y excitante
como pocas. “El viejo y el mar”, clásico literario del siglo XX,
consigna específicamente tales retos personales en las manos de un viejo
pescador.
No hay nada más importante que vencerse a sí mismo a través de la reivindicación digna de una autoestima perdida con tal o cual loable hazaña. Y decimos las manos, porque quizá no hay nada más simple y a la vez más diestras y sabias que las manos de un viejo lobo de mar, que son las que marcan la pauta insertas en esta a su vez llana y sencilla historia que Ernest Hemingway tuviera a bien regalarnos en forma de novela corta.
La novela, atestada en su momento de las inevitables incendiarias
críticas que curiosamente acompañan a muchas obras que demuestran su
magnificencia muchos años más tarde a esos mismos que en principio rehusaban reconocérsela, cimenta su particular
grandeza en la parca y comedida
narración de una gran aventura de pugna, corazón, nobleza, y amor por el
ecosistema marino, haciendo gala casi de un hermanamiento con sus habitantes a
lo largo de toda la obra, ofreciendo al lector una visión de un pescador
cumplidor con su deber en la cadena alimenticia, pero a su vez reivindicativo
con la dignidad del mundo animal, creando así una comunión
entre hombre, fauna y hábitat.
Hemingway alude a la condición de un anciano, pobre y
desvalido, al que la fortuna no le es propicia últimamente, y desde ahí, desde
ese prisma gris, engastado en tan penosa coyuntura, construye una historia en
la que los sueños, el tesón y la fuerza de voluntad van dando forma a la
estructura de la novela, dotándola de ese carburante imprescindible en
cualquier historia que no es otro que la
ilusión enfundada en esa guerrera verde llamada esperanza. Enlazada a esta, la
pertinaz obstinación de alcanzar quizá ese último sueño, esa vanagloria tan
improbable a estas alturas, en forma de noble lucha con sus hermanos del mar.
La novela, publicada en 1952, fue llevada al cine en numerosas
ocasiones, siendo la adaptación más conocida la de 1958, protagonizada por
Spencer Tracy. Pinchen en la imagen y disfruten de su lectura.