Allende los vestigios
históricos más arcaicos que hayan recogido pergaminos, tradiciones orales o
compilaciones de textos reveladores de leyes, formas de gobierno o atributos
particulares de una sociedad en cuestión; podríamos deducir sin apenas
esfuerzo los derroteros por los cuales debía regirse dicha sociedad, o
mejor dicho, los derroteros por los
cuales una avispada minoría o la luminaria deslumbrante del iluminado de turno habían decidido en un momento determinado, encomendándose firmemente a su
particular interés, ser juez y parte de lo que aconteciera dentro de los
límites que su jurisdicción omnipotente, la mayoría de las veces auto
impuesta por ellos mismos, les permitía.
Enclavada en una de tantas
condicionadas idiosincrasias sociales que se han sucedido a lo largo de la historia, “La letra escarlata” nos abre un extenso catálogo respecto a lo
que la sociedad del momento dictamina como los cánones morales que todo
individuo debe aceptar y cumplir religiosamente, si pretende conservar el
beneplácito de los suyos.
Así pues, la novela del estadounidense Nathaniel Hawthorne es un claro referente de la estigmatización pública que sufre un individuo cuando éste traspasa esa línea impuesta por leyes morales, prejuicios sociales e intereses propios, que por motivos políticos o religiosos se han impuesto en dicha comunidad.
Inmersa en la Nueva Inglaterra de principios del siglo XXVII, donde campa a sus anchas un
puritanismo exacerbado que anula sin piedad cualquier tipo de insinuación a
otro tipo de conductas no contempladas por el gran hermano local, la protagonista
Hester Prynne, comete el abominable pecado de abandonarse al adulterio, siendo condenada al desprecio
público y obligada a portar la
vergonzosa letra reveladora de tan grave delito. Pero aparte de estas férreas lides de intransigencia moral, “La
letra escarlata” es una historia de amor con mayúsculas, un compendio de
pasión, fe, lealtad, libertad, rebeldía, que pone de manifiesto lo que de
íntegro tiene el personaje de Hester. Una mujer valiente que se reivindica a sí
misma a la vez que su amor por el padre de su hija, librándolo con su silencio
de una muerte segura. Abanderada con el estandarte de la inocencia imbuida por
el amor más sincero, Hester es un ejemplo de cómo combatir actitudes que
reducen la libertad a absurdos ejercicios del puritanismo más arcaico, logrando
al final, darle la vuelta al simbolismo
establecido en esta vocal que ahora lucirá de un modo muy diferente a los ojos
de quiénes un día vieron en ella la ignominia más escandalosa. Pueden leerla pinchando en la imagen. La novela dio el salto a la
gran pantalla en 1995. Fue dirigida por Roland Joffé y protagonizada por Demi Moore
y Gary Oldman.