Cuando atravesamos el umbral que nuestra propia conciencia establece como frontera límite entre los pensamientos y/o acciones estipuladas como de carácter estrictamente pecaminoso, dejando atrás el otro lado de la barrera donde rigen otros de índole totalmente contraria, o viceversa; experimentamos esa dualidad inherente que el ser humano lleva adosada desde el principio de los tiempos, y que tantas veces, consciente o inconscientemente, cruzamos por esta o aquella causa, sin apenas atender a las posibles consecuencias que tales cambios de feudo puedan ocasionar a uno mismo o a nuestros congéneres.
Es de recibo detenernos un momento a observar a nuestra propia conducta en pos de comprobar cuánto de volátil hay en lo que a comportamientos de una u otra naturaleza se refiere, y cómo estos se arremolinan en pugna continua en torno a la voluntad con el firme propósito de encaramarse en lo más alto de un podio de solo dos peldaños. Tan sutil y frágil es el velo intangible que separa el bien del mal que pareciesen fundidos en uno, y que llegados los dos a un acuerdo, actuaran según la conveniencia de cada momento.
En estos peliagudos y delicados menesteres de la condicón humana parece manejarse Robert Louis Stevenson en su novela "El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde". Publicada en 1886, no tuvo en principio una gran aceptación hasta que la magia siempre tan útil de una buena crítica en un medio de gran alcance, la catapulta a ese estadio donde las copias empiezan a venderse por millares. El señor Hyde, con su siniestra y oscura aura, cala hondo en la mente de un pueblo que encuentra de alguna manera apasionante ese lado malvado, díscolo con el orden establecido y propenso a perpetrar actos incompatibles con toda moral, en una sociedad victoriana en la que eran bien conocidos los escarceos con los bajos fondos de caballeros de alta alcurnia que imbuidos por ese lado oscuro, ese hálito de vida que ostenta Hyde, se abandonaban por las nebulosas y sibilinas noches londinenses, para al día siguiente volver a embutirse como si tal cosa, el atuendo del honorable Doctor Jekyll.
Muchos estudiosos de la novela se atreven a promulgar que Stevenson se adelanta en lo que a estudios de psiquismo se refiere a la teoría que tiempo después defendiera Freud, relativa al "ello", incitador de acciones violentas, e instintos animales desaforados, frente al "yo", comedido y defensor a ultranza del recto obrar. Pinchando en la imagen disponen de la novela íntegra.
En la versión cinematográfica de 1920, que pueden ver abajo, añadir tan solo que el actor John Barrymore no utiliza ningún tipo de maquillaje en su primera transformación, apoyándose únicamente en sus histriónicas muecas para dar credibilidad al personaje. Disfruten.
Es de recibo detenernos un momento a observar a nuestra propia conducta en pos de comprobar cuánto de volátil hay en lo que a comportamientos de una u otra naturaleza se refiere, y cómo estos se arremolinan en pugna continua en torno a la voluntad con el firme propósito de encaramarse en lo más alto de un podio de solo dos peldaños. Tan sutil y frágil es el velo intangible que separa el bien del mal que pareciesen fundidos en uno, y que llegados los dos a un acuerdo, actuaran según la conveniencia de cada momento.
En estos peliagudos y delicados menesteres de la condicón humana parece manejarse Robert Louis Stevenson en su novela "El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde". Publicada en 1886, no tuvo en principio una gran aceptación hasta que la magia siempre tan útil de una buena crítica en un medio de gran alcance, la catapulta a ese estadio donde las copias empiezan a venderse por millares. El señor Hyde, con su siniestra y oscura aura, cala hondo en la mente de un pueblo que encuentra de alguna manera apasionante ese lado malvado, díscolo con el orden establecido y propenso a perpetrar actos incompatibles con toda moral, en una sociedad victoriana en la que eran bien conocidos los escarceos con los bajos fondos de caballeros de alta alcurnia que imbuidos por ese lado oscuro, ese hálito de vida que ostenta Hyde, se abandonaban por las nebulosas y sibilinas noches londinenses, para al día siguiente volver a embutirse como si tal cosa, el atuendo del honorable Doctor Jekyll.
Muchos estudiosos de la novela se atreven a promulgar que Stevenson se adelanta en lo que a estudios de psiquismo se refiere a la teoría que tiempo después defendiera Freud, relativa al "ello", incitador de acciones violentas, e instintos animales desaforados, frente al "yo", comedido y defensor a ultranza del recto obrar. Pinchando en la imagen disponen de la novela íntegra.
En la versión cinematográfica de 1920, que pueden ver abajo, añadir tan solo que el actor John Barrymore no utiliza ningún tipo de maquillaje en su primera transformación, apoyándose únicamente en sus histriónicas muecas para dar credibilidad al personaje. Disfruten.