De una "brillantez táctil" fue calificado según el diario "Times" el estilo narrativo de la escritora estadounidense Harper Lee, poco después de que publicara su única novela en 1960, "Matar a un ruiseñor", que obtendría al año siguiente el premio Pulitzer después de que la susodicha copara cuarenta y una semanas seguidas la lista de los más vendidos. Nada podía hacerle presagiar a una jovencita que redactaba prosaicos artículos en revistas literarias de medio pelo que los dos años y medio que empleara en sacar a la luz su ya universal obra, que en un principio adoptaría el título de "Atticus" le reportarían tan grandes satisfacciones. Hasta tal punto que en 2006 los bibliotecarios británicos confluyeron en colocarla incluso delante de la Biblia, de entre las obras que todos deberíamos leer antes de morir.
Hay mucho de autobiográfico o semi-autobiográfico en el texto de Lee. Muchos de sus personajes son esquejes de su vida real, de una infancia que no encontró esa justicia que desde el punto de vista de un niño siempre debiera prevalecer, y que ella en la ficción abona convenientemente para que ahora sí, el cultivo resultante fuera de una rectitud intachable.
La historia se relata a través de la madura y particular visión de Scout, una niña que vive tal y como lo haría años atrás la propia autora, las hipócritas y deleznables actitudes de un ficticio Maycomb, pueblecito sureño norteamericano en el que el colectivo negro no gozaba precisamente de su mejor estatus. El personaje de Atticus Finch, abogado y padre de Scout, refleja ese modelo de impoluta moralidad y encomiable defensa de la honradez y la honorabilidad, atribuyendo la autora esos méritos a su padre en la vida real que tras perder un juicio en el que defendía a dos negros, siendo éstos condenado a muerte, no volvería a aceptar ningún caso relacionado con el crimen. A Scout la acompañan en su gloriosa cruzada en pos de la justicia su hermano Jem, y otro niño llamado Dill, que en el paralelismo que Lee otorga a la novela podría relacionarse claramente con Truman Capote, amigo de la infancia, que tan influyente fuera para ella a la hora de que ésta plasmara en el papel este gran relato.
No sólo de aspectos racistas trata el texto. Entroncado en ese mundo de supremacías blancas ataviadas de hipócritas actitudes que acaban por contradecirse a sí mismas, se encuentra el tema principal de la novela. La figura de la inocencia antes de ser juzgada, vilipendiada y vapuleada por los intereses de unos y de otros, que se encarna no sólo en el personaje de Tom Robinson, sino también en el del huraño y misterioso Boo Radley, víctima de una sociedad plagada de prejuicios, empecinada en juzgar la vida de los demás, fundamental enseñanza que nos aporta la novela. Debemos mirar de vez en cuando a través de los ojos de nuestro prójimo. Todo queda atado y bien atado con respecto a lo que debe primar en la conducta de todo ser humano antes de acusar y crucificar a otro congénere, teniendo en cuenta que algún inocente ruiseñor puede quedar en el camino.
En 1962 la obra trascendería a la gran pantalla, protagonizada por un grandioso Gregoy Peck, premiado con una de las tres estatuillas que posee la cinta. Pinchen en la imagen y disfruten de una de las lecturas imprescindibles de todos los tiempos.
Hay mucho de autobiográfico o semi-autobiográfico en el texto de Lee. Muchos de sus personajes son esquejes de su vida real, de una infancia que no encontró esa justicia que desde el punto de vista de un niño siempre debiera prevalecer, y que ella en la ficción abona convenientemente para que ahora sí, el cultivo resultante fuera de una rectitud intachable.
La historia se relata a través de la madura y particular visión de Scout, una niña que vive tal y como lo haría años atrás la propia autora, las hipócritas y deleznables actitudes de un ficticio Maycomb, pueblecito sureño norteamericano en el que el colectivo negro no gozaba precisamente de su mejor estatus. El personaje de Atticus Finch, abogado y padre de Scout, refleja ese modelo de impoluta moralidad y encomiable defensa de la honradez y la honorabilidad, atribuyendo la autora esos méritos a su padre en la vida real que tras perder un juicio en el que defendía a dos negros, siendo éstos condenado a muerte, no volvería a aceptar ningún caso relacionado con el crimen. A Scout la acompañan en su gloriosa cruzada en pos de la justicia su hermano Jem, y otro niño llamado Dill, que en el paralelismo que Lee otorga a la novela podría relacionarse claramente con Truman Capote, amigo de la infancia, que tan influyente fuera para ella a la hora de que ésta plasmara en el papel este gran relato.
No sólo de aspectos racistas trata el texto. Entroncado en ese mundo de supremacías blancas ataviadas de hipócritas actitudes que acaban por contradecirse a sí mismas, se encuentra el tema principal de la novela. La figura de la inocencia antes de ser juzgada, vilipendiada y vapuleada por los intereses de unos y de otros, que se encarna no sólo en el personaje de Tom Robinson, sino también en el del huraño y misterioso Boo Radley, víctima de una sociedad plagada de prejuicios, empecinada en juzgar la vida de los demás, fundamental enseñanza que nos aporta la novela. Debemos mirar de vez en cuando a través de los ojos de nuestro prójimo. Todo queda atado y bien atado con respecto a lo que debe primar en la conducta de todo ser humano antes de acusar y crucificar a otro congénere, teniendo en cuenta que algún inocente ruiseñor puede quedar en el camino.
En 1962 la obra trascendería a la gran pantalla, protagonizada por un grandioso Gregoy Peck, premiado con una de las tres estatuillas que posee la cinta. Pinchen en la imagen y disfruten de una de las lecturas imprescindibles de todos los tiempos.