De playas y de las criaturas que habitan sus adyacentes aguas va el documental que hoy les recomiendo. Un repaso completo y pormenorizado a un rodaje exento de cualquier atisbo de grato recuerdo para el equipo de profesionales que se encargó de materializar uno de los mejores films de suspense que se haya rodado nunca.
Me refiero, cómo no, a "Tiburón", obra maestra del imberbe y desconocido director en esa época Steven Spielberg. Corría el año 1974 y a este talentoso joven le encargan la adaptación a la gran pantalla de una novela de Peter Benchley que el propio autor reescribe junto a Carl Gottlieb y a las particularidades del complejo rodaje. Un guión impecable al cual le faltan páginas para completarse cuando empiezan a rodarse las primeras escenas y en el que algunas de sus frases se van añadiendo improvisadamente por los propios actores; tal es el caso de Roy Scheider y su célebre frase: "Necesitarás un barco más grande".
El plazo de 55 días que habían dado al director para la terminación del film acaba por dilatarse hasta los 159, y el presupuesto de 4 millones de dólares se dispara hasta los 9, solo 3 de ellos invertidos en efectos especiales. La desesperación tanto de productores, actores, guionistas y cómo no, del propio director, va en aumento cada vez que se vocifera eso de "acción" y, como por ensalmo, todo lo que podía salir mal, salía. La decisión de Spielberg de rodar en mar abierto retando a los elementos, para así dar más realismo a la cinta, pasaría factura a todos lo componentes del equipo, y en especial a "Bruce", el engendro mecánico que se fabricó para simular al escualo protagonista de dimensiones gigantescas. Sus mecanismos no hacían buenas migas con el salitre marino y en rara ocasión el artilugio obedecía a los mandos de control. Debido a esta concatenación de averías y a la poca fiabilidad de este ingenio mecánico y a las dificultades que representaba la verosimilitud de este cuando emergía del agua, Spielberg decide rodar sugiriendo la presencia del monstruo pero sin que este llegue a verse, dando ese toque maestro de mordiente donde lo que está oculto es más amenazador que lo que podemos ver.
A estos contratiempos con la tecnología hubo que añadir muchos otros como el hundimiento del barco con los actores dentro, la mala relación también fuera de cámara entre Richard Dreyfuss y Robert Shaw, los excesos con el alcohol de éste último, lo ya de por sí dificultoso de rodar en el mar, donde las malas condiciones pusieron en jaque el ya de por sí menguado ánimo de todo el equipo, donde el más mínimo descuido podía costar la vida a alguien, y donde un barco que pasara por detrás arruinaba la toma en un tiempo en el que el borrado digital no existía. Pero en ocasiones los infortunios, mal llamados así a veces, aportan algo positivo a lo que en principio creíamos un verdadero desastre. La secuencia donde el tiburón, en este caso real (un gran blanco seleccionado para esta escena), rompe la jaula donde se parapeta Dreyfuss, aporta un realismo tal que el director la incorpora directamente a la cinta, auque esto supusiera cambiar el destino del personaje de Dreyfuss, que sobrevivirá a las fauces de tan temible animalito. El hecho de que en muchas tomas no aparezca físicamente el tiburón (dada la escasa fiabilidad de su funcionamiento), incongruentemente, da un empujón definitivo a ese toque de realismo del que Spielberg no estaba del todo convencido.
Y es que, como dije antes, lo que en principio nos parece toda una retahíla de acontecimientos negativos al final puede dar lugar a resultados sumamente provechosos. Prueba de ello son los tres premios Óscar que se le otorgaron: Mejor montaje, mejor sonido, y mejor banda sonora a cargo del gran John Williams. Pasen y cotilleen pinchando en la imagen.