Existen muchos tipos de miedo, pero quizá el más puro, intenso y demoledor es el provocado por uno mismo. Todo el artificio de acontecimientos que en un entorno preparado al efecto se desarrolla no es más que el combustible idóneo para que nuestro cerebro nos surta incansablemente de percepciones que la mayoría de las veces no corresponden a la realidad.
Por otra parte, ocurre en ocasiones, que esa fría y angustiosa sensación que nuestra mente elabora, quizá con propósitos puramente preventivos, se mezcla, ahora sí, con una escena en la cual el peligro es del todo real, creando una explosiva simbiosis que puede desembocar en el pánico más absoluto. Algo parecido debió imaginar un jovencísimo Spielberg, cuando en 1971 le encargan la dirección de un thriller para televisión, que a la postre acabaría por estrenarse en la gran pantalla con el título original de "Duel", que aquí en España se dio a conocer como "El diablo sobre ruedas".
La ópera prima de uno de los mayores genios del séptimo arte de todos los tiempos, no podía verse eximida de dificultades a la hora de poner en marcha un rodaje con un presupuesto ínfimo y un plazo de entrega no mucho mayor. Justamente diez días era lo que la productora determinó en dar al novel director para tener lista la película. Ésta se concluyó tres días después del plazo establecido, pero opino que nadie podría haberla acabado antes con tan excelente resultado. El hambre cinéfilo de Spielberg, que vio aquí una gran oportunidad de acariciar los apetecibles laureles del celuloide, y su enorme talento, a estas alturas más que reconocido, fue suficiente para que éste sea hoy en día un film de culto para los amantes del género. Con hasta siete cámaras y cinco montadores para ahorrar tiempo, pero a la vez, para que cada secuencia mostrara ese detalle tan simple como determinante: Una carretera solitaria, dos vehículos enzarzados en un duelo que promete no acabar bien, y un entorno siempre esquivo predispuesto a sumergir más si cabe a su protagonista, David Mann (Dennis Weaver), en ese submundo de pesadilla que parece atraparle sin remedio.
Sin apenas diálogos de mención y con la ausencia total de ese líquido rojo tan imprescindible en este género, Spielberg consigue hipnotizarnos con su magia para ponernos al volante de un indefenso automovilista que intenta escapar de un psicópata sin rostro, que al mando de su fantasmagórico trailer de dieciocho ruedas, genera esa tensión capaz de mantenernos eclipsados frente a la pantalla hasta la secuencia final. Pinchando en el cartel pueden leer más acerca del mago de la gran pantalla, y si pinchan aquí, descubrirán algunas de las muchas curiosidades que el genial cineasta guarda en su chistera. Suban al coche, abróchense el cinturón, y déjense guiar hacia el peligro. Disfruten.
Por otra parte, ocurre en ocasiones, que esa fría y angustiosa sensación que nuestra mente elabora, quizá con propósitos puramente preventivos, se mezcla, ahora sí, con una escena en la cual el peligro es del todo real, creando una explosiva simbiosis que puede desembocar en el pánico más absoluto. Algo parecido debió imaginar un jovencísimo Spielberg, cuando en 1971 le encargan la dirección de un thriller para televisión, que a la postre acabaría por estrenarse en la gran pantalla con el título original de "Duel", que aquí en España se dio a conocer como "El diablo sobre ruedas".
La ópera prima de uno de los mayores genios del séptimo arte de todos los tiempos, no podía verse eximida de dificultades a la hora de poner en marcha un rodaje con un presupuesto ínfimo y un plazo de entrega no mucho mayor. Justamente diez días era lo que la productora determinó en dar al novel director para tener lista la película. Ésta se concluyó tres días después del plazo establecido, pero opino que nadie podría haberla acabado antes con tan excelente resultado. El hambre cinéfilo de Spielberg, que vio aquí una gran oportunidad de acariciar los apetecibles laureles del celuloide, y su enorme talento, a estas alturas más que reconocido, fue suficiente para que éste sea hoy en día un film de culto para los amantes del género. Con hasta siete cámaras y cinco montadores para ahorrar tiempo, pero a la vez, para que cada secuencia mostrara ese detalle tan simple como determinante: Una carretera solitaria, dos vehículos enzarzados en un duelo que promete no acabar bien, y un entorno siempre esquivo predispuesto a sumergir más si cabe a su protagonista, David Mann (Dennis Weaver), en ese submundo de pesadilla que parece atraparle sin remedio.
Sin apenas diálogos de mención y con la ausencia total de ese líquido rojo tan imprescindible en este género, Spielberg consigue hipnotizarnos con su magia para ponernos al volante de un indefenso automovilista que intenta escapar de un psicópata sin rostro, que al mando de su fantasmagórico trailer de dieciocho ruedas, genera esa tensión capaz de mantenernos eclipsados frente a la pantalla hasta la secuencia final. Pinchando en el cartel pueden leer más acerca del mago de la gran pantalla, y si pinchan aquí, descubrirán algunas de las muchas curiosidades que el genial cineasta guarda en su chistera. Suban al coche, abróchense el cinturón, y déjense guiar hacia el peligro. Disfruten.