“No hay
obras moralmente buenas o malas, sino bien escritas o mal escritas”. Así
defendía Oscar Wilde la reputación de su
novela “El retrato de Dorian Gray”,
añadiendo además que el texto era una verdadera obra de arte, frase que
refrendamos sin objeción alguna y que el sabio paso del tiempo ha terminado por certificar.
En la
Inglaterra puritana del siglo XIX no se concebía una novela que fuese más allá
de lo moralmente establecido y por consiguiente tampoco era fácil de digerir un
relato en el que los escarceos con la homosexualidad del protagonista, su falta
de moralidad, sus pocos o nulos escrúpulos y el hecho de que vendiera su alma
al diablo no iban a dar pie a buenas críticas, aunque en términos generales la
obra no tuvo mala aceptación.
La única novela de Oscar Wilde que éste publicara en vida, nos adentra en un mundo de hedonismo, placeres mundanos disfrutables a toda costa, a costa del sufrimiento ajeno, y a costa sobre todo de la propia autodestrucción que se va viendo reflejada, nunca mejor dicho, en ese maléfico cuadro que representa todas las acciones que el protagonista va desarrollando a lo largo de su angosta y oscura vida. El tema siempre latente y obsesivo de la eterna juventud y sus tentadoras ventajas son la base de ese tablero imaginario de juego, donde Dorian descubre todas sus cartas y apuesta siempre a todo o nada, con el perjuicio o beneficio que ello pueda suponer. Los consejos de su amigo Lord Henry Wotton, que le ofrece una visión especialmente edulcorada de lo que debe ser la vida y sus placeres, hacen reabrir al lector el debate sobre hasta qué punto podemos rebasar la línea entre dónde acaba el disfrute propio y donde empieza el mal ajeno.
Saquen conclusiones ustedes mismos y mirémonos con cierto recelo en nuestro propio cuadro, esperando que no sea demasiado horrible. Si pinchan en la imagen de arriba podrán leer la novela. Abajo disponen de la versión cinematográfica más reciente. Disfruten.
Charlie 72