Las formas,
en demasiadas ocasiones, dejan de corresponderse con el fondo, en ese contexto
rutinario que aglutina el sinfín de elementos accesorios que forman parte de
nuestra cotidianeidad mundana.
El hombre por naturaleza es inconformista, nunca estaremos del todo satisfechos, aunque nuestras arcas estén llenas a rebosar de todo lo humanamente deseable. Siempre hay nuevas metas que alcanzar, nuevos objetivos que cumplir, y por supuesto, nuevas normas (morales o de otra índole) que transgredir.
El hombre por naturaleza es inconformista, nunca estaremos del todo satisfechos, aunque nuestras arcas estén llenas a rebosar de todo lo humanamente deseable. Siempre hay nuevas metas que alcanzar, nuevos objetivos que cumplir, y por supuesto, nuevas normas (morales o de otra índole) que transgredir.
Simplemente
corremos en pos de esa fantasía que
rompe con esa rutina saturada de lo mismo, y que posee esa chispa dulzona que
es capaz de poner de nuevo en marcha una anquilosada maquinaria con una presión
arterial demasiado baja.
La señora
Robinson podría ser un vivo ejemplo de ese inconformismo natural, producto de
esa apatía general que lleva ya adosada
a su existencia más tiempo del necesario. Esto es lo que podemos observar con claridad
meridiana en "El Graduado",estrenada en 1967, obra maestra del director Mike
Nichols, basada en la novela de Charles Webb y ganadora de un Óscar, que nos
daba una visión más realista de la familia de estatus medio-alto estadounidense
de los 60, de puertas para adentro (adulterio, alcoholismo, divorcio), todo
ello políticamente incorrecto en una época en que la revolución sexual estaba
dando sus primeros coletazos, y que impactó de un modo rotundo en una sociedad
temerosa de Dios y de otras cuestiones "odiosamente" amorales.
Un
extraordinario Dustin Hoffman da vida a un estudiante modélico (Ben Braddock),
que junto a una despampanante Anne Bancroft (Mrs. Robinson) y a una dulce y bellísima Katharine Ross (Elaine
Robinson), dan forma a este clásico sublime en una trama que trasciende más
allá de una mera y simple historia de adulterio y planteamientos morales.
La
innovación técnica es evidente, a la vez que encumbra a su director a ese podio
imaginario de los que arriesgan y salen reforzados escapando por los pelos de
las pegajosas zarpas de lo ridículo o
irrisorio.
Escenas como
la de la fiesta en la piscina, donde Ben desfila ante la mirada atenta de sus
invitados con su traje de hombre rana; escenas como la del zoológico, donde
los experimentos con la cámara son poco menos que elogiables y en los que mucho
tienen que ver el director de fotografía Robert Surtees, que llevaba a sus
espaldas trabajos como "Ben Hur", "Mogambo" y "Quo Vadis", entre otras. Y
cómo no mencionar la escena cumbre del film, la escena en que la que todos
queremos ser Benjamin Braddock y rescatar a la bella damisela de tan siniestras
garras en la escena final de la boda. La guinda, sin duda, de este exquisito
pastelito cimematográfico, la ponen Simon & Garfunkel, con una banda sonora
que bien hubiese merecido el Óscar que con igual merecimiento obtuvo su
director.
Como
curiosidades, aportar que Hoffman tenía 30 años cuando se rodó esta película,
Anne Bancroft 36 y Katharine Ross 27.
Madre e hija en la ficción solo se
llevaban nueve añitos. Cosas del celuloide.
Nunca una
cruz tuvo un significado tan simbólico
al encerrar a tanta gente con su propia hipocresía, en un recinto sagrado.
Si pinchan en la imagen podrán acercarse un poco más a la vida de este grande de la gran pantalla que es Dustin Hoffman. Pasen y vean.
Charlie 72