Siempre que acudimos a encontrarle una respuesta clara, nítida, sin recovecos ni arquetipos que nos desvíen de lo que verdaderamente queremos hallar, a la pregunta tan ambigua como concreta de "¿qué es la felicidad?", solemos despegar de inmediato los pies de este suelo terrestre y a veces demasiado embarrado, en un intento casi involuntario de buscar ese estado tan volátil como efímero en condiciones de vida, situaciones económicas, estados emocionales, etc., que curiosamente casi nunca casan con nuestra tantas veces desilusionada existencia.
Muchas veces nos paramos a pensar acerca de nuestra propia felicidad, pero pocas veces lo hacemos con respecto a la de los demás, aunque paradójicamente estén tan relacionadas la una con la otra. Cuando experimentamos o recordamos momentos felices, entramos automáticamente en un carrusel de sentimientos que otras personas nos produjeron para que necesariamente nosotros llegásemos a ese estado de bienestar total. Por lo tanto es lógico pensar que nuestra felicidad depende de los demás y a su vez, la de los demás depende de nosotros.
Cuando se trata de alcanzar ese estado supremo, la sensación de correr en pos de un intangible fantasma es en muchas ocasiones la más común, y la que todos inconscientemente percibimos. Esto tanto es así porque nuestro "yo", es el primer y mayor obstáculo para alcanzar la felicidad, e intrínsecamente sabemos que poco podemos hacer para oponernos a sus caprichosas y banales circunstancias, que son en definitiva las que nos desviarán de ese camino de rosas siempre tan anhelado, y nos impedirán por tanto elegir el correcto.
Respecto a lo anteriormente expuesto podemos concluir que para llegar al estado de felicidad total deben darse estas dos premisas:
-El apoyo moral y emocional que los demás deben aportarnos, y a su vez el que nosotros debemos aportarles a ellos.
-Y el ser tan intransigente como inflexible con nuestro propio "yo", para que podamos paladear las pequeñas cosas cotidianas, y elegir lo verdaderamante importante.
Charlie 72
Muchas veces nos paramos a pensar acerca de nuestra propia felicidad, pero pocas veces lo hacemos con respecto a la de los demás, aunque paradójicamente estén tan relacionadas la una con la otra. Cuando experimentamos o recordamos momentos felices, entramos automáticamente en un carrusel de sentimientos que otras personas nos produjeron para que necesariamente nosotros llegásemos a ese estado de bienestar total. Por lo tanto es lógico pensar que nuestra felicidad depende de los demás y a su vez, la de los demás depende de nosotros.
Cuando se trata de alcanzar ese estado supremo, la sensación de correr en pos de un intangible fantasma es en muchas ocasiones la más común, y la que todos inconscientemente percibimos. Esto tanto es así porque nuestro "yo", es el primer y mayor obstáculo para alcanzar la felicidad, e intrínsecamente sabemos que poco podemos hacer para oponernos a sus caprichosas y banales circunstancias, que son en definitiva las que nos desviarán de ese camino de rosas siempre tan anhelado, y nos impedirán por tanto elegir el correcto.
Respecto a lo anteriormente expuesto podemos concluir que para llegar al estado de felicidad total deben darse estas dos premisas:
-El apoyo moral y emocional que los demás deben aportarnos, y a su vez el que nosotros debemos aportarles a ellos.
-Y el ser tan intransigente como inflexible con nuestro propio "yo", para que podamos paladear las pequeñas cosas cotidianas, y elegir lo verdaderamante importante.
Charlie 72