De la adaptación de la novela de John D. McDonald, nace en 1962 este thriller llamado "El cabo del terror", del cual treinta años después, Martin Scorsese facturaría un exquisito remake. La trama gira en torno a un ex-presidiario, Max Cady, interpretado por Robert Mitchum, y a Sam Bowden, abogado, encarnado por Gregory Peck, y su familia, que se ven acosados por Cady en represalia por los años de prisión a los cuales fue condenado por "culpa" de Bowden. El film, dirigido por J. Lee Thompson, no deja lugar a un segundo de relax emocional, quedando patente en cada escena, el empeño del director en no perder nunca la atención ni el sobresalto del espectador. La pareja protagonista, tanto Mitchum, que se presta a dar a su personaje ese toque distintivo que sólo las grandes estrellas pueden aportar, garantizando el éxito del film, sin necesidad de valorar otros aspectos, como su contrapunto, Gregory Peck, que borda su interpretacíón en este caso del hombre recto y honorable en defensa de su familia, son el ingrediente pricipal de esta trama. Como anécdota, mencionar que Mitchum rechazó en principio el papel que Thompson le había ofrecido, y éste le mando a su casa una botella de bourbon. Horas más tarde Mitchum llamó al director diciendo: "De acuerdo, me he bebido todo el bourbon, lo haré".
Charlie72
El destino , nos guste o no, está ahí, cual depredador que saliva copiosamente acechando a su inocente víctima para saciar sus ansias de hacer cumplir lo irremediable, para aplacar las iras de quién sabe qué criaturas divinas que por menesteres de fundamentos establecidos para algún misterioso propósito , o bien por puro albedrío astral, se empecinan por los siglos de los siglos en llevar a cabo tales empresas para deleite o desgracia de los mortales. "Crónica de una muerte anunciada" , obra singular del recientemente desaparecido Gabriel García Márquez , es un referente claro a eso que denominamos destino, a eso tan natural y a la vez tan extraño que encierra el misterio de la vida , tan absurdo y falto de sentido que se nos acaban las hipótesis para dar con alguna respuesta que deje, por lo menos a medias, satisfecha nuestra curiosidad. Esa que siempre se conforma, dadas las circunstancias, con darse con un canto en los dientes si el acontecimiento en cuestión tiene