El destino, nos guste o no, está ahí, cual depredador que saliva copiosamente acechando a su inocente víctima para saciar sus ansias de hacer cumplir lo irremediable, para aplacar las iras de quién sabe qué criaturas divinas que por menesteres de fundamentos establecidos para algún misterioso propósito, o bien por puro albedrío astral, se empecinan por los siglos de los siglos en llevar a cabo tales empresas para deleite o desgracia de los mortales.
"Crónica de una muerte anunciada", obra singular del recientemente desaparecido Gabriel García Márquez, es un referente claro a eso que denominamos destino, a eso tan natural y a la vez tan extraño que encierra el misterio de la vida, tan absurdo y falto de sentido que se nos acaban las hipótesis para dar con alguna respuesta que deje, por lo menos a medias, satisfecha nuestra curiosidad. Esa que siempre se conforma, dadas las circunstancias, con darse con un canto en los dientes si el acontecimiento en cuestión tiene algún punto de apoyo medianamente firme donde apoyar la razón. Una razón que tantas veces está ausente cuando del caprichoso destino trata el asunto.
En el propio prólogo García Márquez confiesa a Santiago Gamboa, autor del mismo, la necesidad de desvelar el desenlace de la historia justo al comienzo de la misma. Según el sabio escritor, con el propósito de que el lector de turno no dirija su atención a las últimas páginas del libro para descubrir sin más preámbulos el meollo de la cuestión, pero también, y esta es la más relevante de las intenciones del autor, incitar al lector a que descanse de esa intriga y se sumerja en lo realmente valorable, que no es otra cosa que la historia en sí.
Y esto precisamente es lo que hemos de agradecerle al gran "Gabo", el habernos mostrado esa guía a través de la cual llegamos a establecer esa conjunción con el mundo que nos presenta en la novela. Un ecosistema de mezcolanzas árabes, negras e hispanas, plagadas de matices preñados de brotes de cotidianeidad donde afloran sentires de unos y otros, instintos, pasiones, honras perdidas y el deber inherente de lavar las mismas, casualidades o imposiciones del destino, todo ello envuelto en la filigrana de cadenciosos paisajes de manglares caribeños que se dejan acariciar por las mareas altas que, puntuales, repetirán su visita al día siguiente.
Relato con trazos de trabajo casi periodístico, cortado y ejecutado al milímetro, donde fondo y forma rezuman elogios a partes iguales. Pinchen en la imagen y disfruten de su lectura.
"Crónica de una muerte anunciada", obra singular del recientemente desaparecido Gabriel García Márquez, es un referente claro a eso que denominamos destino, a eso tan natural y a la vez tan extraño que encierra el misterio de la vida, tan absurdo y falto de sentido que se nos acaban las hipótesis para dar con alguna respuesta que deje, por lo menos a medias, satisfecha nuestra curiosidad. Esa que siempre se conforma, dadas las circunstancias, con darse con un canto en los dientes si el acontecimiento en cuestión tiene algún punto de apoyo medianamente firme donde apoyar la razón. Una razón que tantas veces está ausente cuando del caprichoso destino trata el asunto.
En el propio prólogo García Márquez confiesa a Santiago Gamboa, autor del mismo, la necesidad de desvelar el desenlace de la historia justo al comienzo de la misma. Según el sabio escritor, con el propósito de que el lector de turno no dirija su atención a las últimas páginas del libro para descubrir sin más preámbulos el meollo de la cuestión, pero también, y esta es la más relevante de las intenciones del autor, incitar al lector a que descanse de esa intriga y se sumerja en lo realmente valorable, que no es otra cosa que la historia en sí.
Y esto precisamente es lo que hemos de agradecerle al gran "Gabo", el habernos mostrado esa guía a través de la cual llegamos a establecer esa conjunción con el mundo que nos presenta en la novela. Un ecosistema de mezcolanzas árabes, negras e hispanas, plagadas de matices preñados de brotes de cotidianeidad donde afloran sentires de unos y otros, instintos, pasiones, honras perdidas y el deber inherente de lavar las mismas, casualidades o imposiciones del destino, todo ello envuelto en la filigrana de cadenciosos paisajes de manglares caribeños que se dejan acariciar por las mareas altas que, puntuales, repetirán su visita al día siguiente.
Relato con trazos de trabajo casi periodístico, cortado y ejecutado al milímetro, donde fondo y forma rezuman elogios a partes iguales. Pinchen en la imagen y disfruten de su lectura.